La última hora de un enfermo terminal
Hacía tiempo que Joaquín estaba internado por esa rara enfermedad terminal, en espera de la sin nombre. Varias veces al día una enfermera tetona y baqueteada entraba a la habitación para cambiarle la bolsita con orín conectada a la cánula.
Aquella última tarde toda su familia estaba reunida en círculo en torno a la cama. Todos con cara de pena, todos con cara de “qué le vamo’ a hacer”. Cansado ya de ese cuadro tremendista y sin vuelta atrás, Joaquín pensó “Lázaro, levántate y anda”; se incorporó en la cama ante las miradas azoradas de sus parientes, y con cánula peniana a cuestas se fue por paso presuroso a la sala de enfermería.
En la sala reposaba tranquila aquella enfermera tetona que día a día recogía su pichín. Esta vez Joaquín iba con ánimos de intercambiar los papeles. Porque cada jornada cuando ella cambiaba la bolsita y revisaba su miembro como acariciándolo, él la deseaba y se calentaba un poco más.
Entró con ímpetu, con aires de recuperación milagrosa; la arrinconó de espaldas contra la camilla, ella no puso resistencia; subió su delantal, bajo el resto, hizo lo suyo con fruición y media hora después murió satisfecho.
Mariano Vincenzetti
Me encantó! Una muerte bizarra y satisfecha...la prefiero así...y sí sólo fue un sueño y no se logró concretar??? Bien por vos que lo cumpliste con estás lineas!
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