domingo, 21 de agosto de 2011

Todo tiene un final...


La última hora de un enfermo terminal

Hacía tiempo que Joaquín estaba internado por esa rara enfermedad terminal, en espera de la sin nombre. Varias veces al día una enfermera tetona y baqueteada entraba a la habitación para cambiarle la bolsita con orín conectada a la cánula.
Aquella última tarde toda su familia estaba reunida en círculo en torno a la cama. Todos con cara de pena, todos con cara de “qué le vamo’ a hacer”. Cansado ya de ese cuadro tremendista y sin vuelta atrás, Joaquín pensó “Lázaro, levántate y anda”; se incorporó en la cama ante las miradas azoradas de sus parientes, y con cánula peniana a cuestas se fue por paso presuroso a la sala de enfermería.
En la sala reposaba tranquila aquella enfermera tetona que día a día recogía su pichín. Esta vez Joaquín iba con ánimos de intercambiar los papeles. Porque cada jornada cuando ella cambiaba la bolsita y revisaba su miembro como acariciándolo, él la deseaba y se calentaba un poco más.
Entró con ímpetu, con aires de recuperación milagrosa; la arrinconó de espaldas contra la camilla, ella no puso resistencia; subió su delantal, bajo el resto, hizo lo suyo con fruición y media hora después murió satisfecho.

Mariano Vincenzetti

1 comentario:

  1. Me encantó! Una muerte bizarra y satisfecha...la prefiero así...y sí sólo fue un sueño y no se logró concretar??? Bien por vos que lo cumpliste con estás lineas!

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