sábado, 26 de noviembre de 2011

Haikus Porteños



EN LA NOCHE
Sirenas de patrulleros.
Ruidos de persecución.
Silencio de incertidumbre.


EN EL BONDI
La moneda cae por la ranura.
Sonido metálico.
Un boleto que sale.


EN LA NOCHE II
El murmullo del viento
en los árboles frondosos,
semeja la lluvia.


Mariano Vincenzetti(2004)

El haiku, haiku, derivado del haikai, consiste en un poema breve de tres versos de cinco, siete y cinco moras respectivamente. Comúnmente se sustituyen las moras por sílabas cuando se traducen o componen en lenguas romances. Es una de las formas de poesía tradicional japonesa más extendidas. Su temática está relacionada con la naturaleza.

Himno de mi Corazón

Los Abuelos de la Nada


Sobre la palma de mi lengua
vive el himno de mi corazón
siento la alianza más perfecta
que injusticia a media vos
la vida es un libro útil
para aquel que puede comprender
tengo confianza en la balanza
que inclina mi parecer

Nadie quiere dormirse aquí
algo puedo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
por felicidad yo canto

Nada me abruma ni me impide
en este día que te quiera amor
naturalmente mi presente busca
flores es de a dos
nada hay que nada prohiba
ya te veo andar en Libertad
que no se rasgue como seda
el clima de tu corazón

Nadie quiere dormirse aquí
algo debo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
solo por amor lo canto

viernes, 18 de noviembre de 2011

Para leer a los Pitufos




Por Alejo Schapire
Desde Paris



Mientras los cines del mundo estrenan la lavada adaptación en 3D de los suspiritos azules del belga Peyo, un académico francés publicó en Francia un ensayo en el que rasca debajo de la ya mítica superficie azulada y baraja las hipótesis políticas que podría haber en esa comunidad de enanos estandarizados, de gorro frigio y líder rojo: el arquetipo de una utopía totalitaria impregnada de estalinismo y nazismo. Aunque cueste creerlo, las 177 páginas de El pequeño libro azul le han valido a Antoine Buéno no sólo un inesperado éxito editorial, sino también varias amenazas de muerte.


¿Qué clase de doctrina política domina la vida de los pitufos, que obedecen ciegamente a Papá Pitufo? ¿Por qué todos llevan un revolucionario gorro frigio y, con la significativa excepción del líder –vestido de rojo y con una barba marxista–, son idénticos, intercambiables? ¿Y qué sistema rige la economía de la aldea, basada en el colectivismo, el trabajo obligatorio y la ausencia de moneda? ¿Y todas esas hoces y esos martillos que aparecen juntos todo el tiempo?
No hace falta ser demasiado perspicaz para ver en la aldea pitufa una reminiscencia de granja soviética. Todos sospechamos que el mundo utópico de los suspiritos azules es algo más que un inocente dibujo animado para niños salido de un comic, pero hubo que esperar a la publicación de Le petit libre bleu: Analyse critique et politique de la société des Schtroumpfs (Ed. Hors Collection) (El libro azul: Análisis crítico y político de la sociedad de los Pitufos) para contar con una investigación más o menos rigurosa sobre un fenómeno pop cuyo último avatar es la película Los Pitufos 3D, que se estrenó el jueves pasado en el cine.
El escritor Antoine Buéno, conferencista de Sciences Po (Instituto de Estudios Políticos de París), donde enseña la materia Utopía, y ghost writer del ex candidato presidencial François Bayrou, restringió su exégesis a los diecisiete álbumes de tapa dura firmados por el franco-belga Pierre Culliford, alias Peyo, entre 1963 y 1993. El motivo: la muerte del historietista, en 1992, también supuso el fin de aspectos esenciales del universo pitufo, puesto que aunque la historieta fue retomada por su hijo, y Hannah Barbera ya se encargaba en los ‘80 de la versión animada, los rasgos ideológicos de los personajes y sus peripecias se fueron licuando en el signo políticamente correcto de los nuevos tiempos, sobre todo a pedido de los norteamericanos.
Desde el vamos, para Buéno la pregunta no es tanto si esta sociedad constituida por “buenos salvajes” que se rompen el lomo todo el día viven en un koljós –o gulag, nadie abandona impunemente la aldea–, sino si Papá Pitufo vendría a ser Karl Marx o aquel otro Papá, el de los Pueblos, Stalin. El autor se decanta por esta segunda hipótesis, no sólo porque el patriarca ejerce efectivamente el poder, sino por la existencia de otro personaje clave: Pitufo Filósofo, que “parece tener un grado de parentesco con León Trotsky, el mayor rival y el peor enemigo del dictador ruso”. Los anteojos redondos, su personalidad contestataria y de maestro ciruela es la misma imagen que el estalinismo propagó del creador del Ejército Rojo desde los años ’30 hasta declararlo “enemigo del pueblo” y mandarlo matar. De ahí que Pitufo Filósofo sea constantemente aporreado y perseguido por sus semejantes mientras trata de aleccionarlos con arrogancia.
El enemigo de la URSS era el capitalismo, el de los pitufos es el codicioso brujo Gargamel, que aspira a hacer un puchero de criaturitas azules, indispensables en la receta para fabricar la piedra filosofal que le permita convertir el plomo en oro. Para Buéno no hay duda, la avaricia, la nariz ganchuda, la joroba, la suciedad: “Es el judío tal como lo representa la propaganda estalinista”. Por si quedaban dudas, su gato se llama Azrael, casi Israel.
CABALLO DE TROYA COMUNISTA
En plena Guerra Fría, la llegada de los pitufos fue percibida en Estados Unidos como un caballo de Troya pop teledirigido desde Moscú. De hecho, Smurf, como se denomina al pitufo en su versión anglosajona, siempre fue para muchos el críptico acrónimo de Small Men Under Red Forces o Small (o Socialista o Soviet) Men Under Red Father (Pequeños Hombres Bajo las Fuerzas Rojas o el Padre Rojo). Buéno no lo cita, pero su libro, que presenta al pitufo anónimo y colectivizado como la antítesis del ocioso individualista Mickey Mouse, puede entenderse como una respuesta al clásico de los ‘70 Para leer al Pato Donald, donde el chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart pasaban al imperialismo yanqui del tío Walt por la grilla de la lectura marxista.
La principal crítica pitufa al capitalismo se plasma en las páginas de El Pitufo Financiero, donde un azulito desprevenido aprovecha la enfermedad de Papá Pitufo para aventurarse en el mundo de los humanos –siempre decadentes y peligrosos– e importa la idea del dinero. Luego, inventa una máquina capaz de transformar una bolsa repleta de nueces en una moneda de oro. Sabio, Papá Pitufo pregunta al infractor qué piensa hacer con el vil metal. “Comprar una gran bolsa de nueces”, admite el transgresor... Pero la verdadera lección de esta fábula materialista llega después, cuando la introducción de las transacciones crea rápidamente una brecha entre los pitufos más productivos, que se enriquecen, y los demás, como los artistas o Pitufina, que caen en la indigencia. El sistema igualitarista se rompe, sembrando zozobra y dejando al descubierto la verdadera naturaleza del capitalismo. Por suerte, el líder máximo pone fin a la terrible experiencia.
El otro enemigo declarado de la Unión Soviética era el fascismo. El Pitufísimo, segundo álbum de los pitufos, narra cómo en ausencia de Papá Pitufo los pitufos osan organizar una elección para reemplazarlo. Por supuesto, el ganador, gracias a una campaña marcada por el clientelismo, se convierte progresivamente en un déspota que esclaviza al pueblo y lo obliga a edificar un palacio para el tirano. Sólo una revolución acabará con el tramposo régimen salido de las urnas. Papá Pitufo regresa, retoma el poder y, paternalista, les reprocha una vez más el haberse “comportado como seres humanos”.
A Buéno no le faltan argumentos para hablar de sociedad estalinista. El idioma de los pitufos –analizado ya por Umberto Eco en Kant y el ornitorrinco– que sustituye verbos y sustantivos por pitufar y pitufo, ¿no es acaso una neolengua orwelliana?, se pregunta el sociólogo. ¿O por qué el título original de El Astropitufo es Le Cosmoschtroumpf (cosmonauta es la terminología rusa), mientras los francófonos hablaban entonces de “spatiaunautes” y los anglófonos de “astronauts”? La analogía con la utopía marxista es fácil; menos obvia es la comparación con el nazismo.
PITUFINA, LA RUBIA TARADA DEL REICH
¿Y si los gorros blancos fuesen los del Ku Klux Klan? La secta también tiene un líder que usa uno rojo, llamado Gran Dragón. Pero son detalles, aclara Buéno, lo que realmente importa es que el elemento esencial del Tercer Reich fue el racismo, y el primer libro de la saga es, casualmente, Los Pitufos negros. En esta tira, una mosca pica a un pitufo. Este se vuelve negro y empieza a portarse como un salvaje: salta de un lado a otro mordiendo e infectando a sus semejantes mientras grita: “¡Ñac, Ñac!”. Más o menos la idea que los belgas podían tener de los africanos en plena descolonización del continente negro: caníbales brutos que se multiplican como plaga y ponen en peligro la sangre azul del pueblo. De hecho, apunta Buéno, Los Pitufos negros es la única historia que las editoriales norteamericanas se negaron a publicar durante años, hasta que decidieron distribuir una versión en la que los pitufos en vez de negros se vuelven violeta...
En la primera historieta, lo negro era peligroso y degenerado, en la tercera, lo rubio es inocente y bello. Gargamel, siempre buscando un modo de convertir en sopa a los pitufos, crea a Pitufina, la única hembra de la raza pitufa, morocha y de pelo corto, cuya misión es sembrar cizaña con su carácter superficial y caprichoso. La primera reacción de sus congéneres es el rechazo, pero Papá Pitufo interviene y mediante “una operación de cirugía esteticopitufa” la convierte en una rubia irresistible, igual de tonta, pero bella, en otras palabras, la arianiza, lo que le permite la asimilación. Los norteamericanos, en pleno feminismo reivindicativo, interrogaron mucho a Peyo sobre este personaje, pero el autor no hizo más que confirmar las sospechas de misoginia y sólo años más tarde Pitufina, bajo la pluma de otros autores, dejaría de ser el estereotipo de la rubia tonta. Mientras tanto, si hay una sola pitufina es porque “desde una óptica reaccionaria y corporativista, ser mujer es una función social en sí misma”. “Para los nazis, una división clara de las funciones entre los sexos es esencial para la salud moral y física de cada uno y del cuerpo social en su conjunto”, analiza Buéno. “Del mismo modo que sólo hay un Pitufo Cocinero o un Pitufo Campesino, sólo puede haber en esta sociedad de alegorías una Pitufina”, teoriza.
Buéno señala que los pitufos evolucionan en un espacio “volkisch”, la estética folklórico populista de los nazis, y su tiempo es el del pasado mítico, mágico y romántico de una Edad Media ahistórica propia del género fantástico y del imaginario del nacional socialismo. El autor recuerda además que los pitufos son un spin-off de otra tira de Peyo, Johan y Pirluit, que ya le valió acusaciones de antisemitismo cuando en El País Maldito un personaje pequeño y narigón insulta a los pitufos en idish, cuando la convención es usar ideogramas, nubes o rayos.
Lo desconcertante de este ensayo es que, pese a la despiadada lectura que hace de la obra de Peyo, Buéno aclara que acusarlo de estalinismo o nazismo “no tendría ningún sentido”. “No era un hombre engagé”, opina. “Según Hugues Dayez, su biógrafo, no desarrolló nunca una conciencia política.” “No le interesaba la política y votaba por los liberales, el partido belga de centroderecha”, advierte. Y concluye: “Los pitufos serían un caso típico de disociación entre las intenciones de un autor y las representaciones y las ideas desplegadas en su historieta”.
En todo caso, hay fans de los pitufos que no están dispuestos a perdonar estas interpretaciones y le envían por mail insultos y amenazas de muerte. Al principio le causaba gracia, pero a medida que el libro cobra notoriedad la presión aumenta. “Creo que hay seguramente una amalgama entre las polémicas moralizadoras sobre la prohibición de Tintín en el Congo, o incluso en otro registro con Lucky Luke y su cigarrillo”, comenta. “La gente no quiere creer que sólo me entregué a un ejercicio intelectual escolar que no denuncia ni delata. También tiene que ver con el hecho de que está muy ligado a lo afectivo del tema: todo lo que tiene que ver con la infancia tiene algo de sagrado, es como si me gritaran ‘no te metas con mis magdalenas, Proust’”, observa.
Domingo, 7 de agosto de 2011
En: < http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7235-2011-08-07.html >

viernes, 11 de noviembre de 2011

Buenas Palabras

Bendición de Dragón  
(de Gustavo Roldán)


Que las lluvias que te mojen sean suaves y cálidas.
Que el viento llegue lleno del perfume de las flores.
Que los ríos te sean propicios y corran para el lado que quieras navegar.
Que las nubes cubran el sol cuando estés solo en el desierto. 
Que los desiertos se llenen de árboles cuando los quieras atravesar. O que encuentres esas plantas mágicas que guardan en su raíz el agua que hace
Que el frío y la nieve lleguen cuando estés en una cueva tibia.
Qué nunca te falte el fuego.
Que nunca, te falte el agua.
Que nunca te falte el amor.
Tal vez el fuego se pueda prender.
Tal vez el agua pueda caer del cielo. 
Si te falta el amor no hay agua ni que alcancen para seguir viviendo.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cambios en nuestro lenguaje a través del tiempo

Lunfardo: ladrón.
El lunfardo nació en los barrios bajos de Buenos Aires, en las comisarías y en los conventillos donde vivían los inmigrantes a fines del siglo XIX y principios del XX. En aquellos años habían llegado muchos genoveses, piamonteses y algunos lombardos. Como en Lombardía había banqueros y prestamistas, los más humildes decían que los lombardos o lumbardos eran ladrones. ‘Lumbardo’ derivó en ‘lunfardo’.
José Gobello, presidente de la Academia del lunfardo trasformó al lunfardo en un hecho lingüístico: el lunfardo era hijo de los patios de los conventillos, donde se juntaban los inmigrantes. El lunfardo se filtró en todos los estratos sociales; hoy, consta de 6000 palabras. A las que se le suman extranjerismos como ‘chatear’, y palabras surgidas de la actualidad como ‘piquetero’, ‘cacerolazo’ o ‘botinera’. El lunfardo se retroalimenta con términos del rock y la cumbia.

Adaptado de
Nora Sánchez  “El portenísimo lunfardo se renueva con palabras del rock y la cumbia”, 21/08/2011.


Los Monstruos  de Juan Diego Incardona
(adaptación)

Corrían los años del Hombre Gato, el Enano de la Cruz, el Ahorcado del Tanque y los Lobisones del campo. Villa Celina, como el resto de los barrios, estaba rodeada de potreros y campos. Por las noches estos lugares se convertían en algo amenazante y se oían voces y ruidos extraños. Para mis amigos y yo, entre 11 y 12 años, este tipo de cosas nos promovía un montón la imaginación.
Un día después de la escuela nos juntamos con un grupo de amigos en una esquina del barrio, mientras la noche caía lentamente. Los chicos discutían si los ladridos eran de los perros o eran aullidos de los lobisones, cuando de pronto vieron una luz entre blanca y amarilla moviéndose y formando figuras. Uno de los chicos, el cabezón Adrián, dijo que debía ser la luz mala del perro de “la Maico”, enterrado el día anterior en el campito. Adrián explicó que la luz mala eran las almas que salían de los muertos, según le había contado su tío Medina. Yo me acordé del canario que había enterrado con mi abuelo en la maceta de los malvones, en el patio de casa. La luz mala comenzó a ir hacía el grupo y los tres se levantaron espantados y corrieron para sus respectivas casas.
Yo compartía la pieza con mis dos hermanas: María Laura, de 6 o 7; y María Cecilia de 3 o 4 años. Ellas se dormían inmediatamente, pero yo no podía pegar un ojo porque tenía terror a la oscuridad; me tapaba con las sábanas y la frazada hasta la cabeza. Estaba convencido que el canario revoloteaba alrededor de mi cama y una vez me desperté con la impresión que alguien me tiraba del pelo. Lo primero que se me ocurría en momentos así, era prender el velador. Para esos días, el maestro de ciencias naturales nos había enseñado a hacer una linterna casera; yo la llevaba a la cama y cuando la prendía adentro de la cueva todo se iluminaba. Pero en los espacios abiertos era como si nada. Al llegar el verano fue peor porque quedaban solo las sábanas y yo no contaba nada de mis problemas a mis padres. A las cinco de la mañana papá entraba a la pieza antes de ir a la fábrica, para ver si todo estaba bien. Yo me destapaba la cabeza y simulaba dormir y hasta roncar.
El ropero era mi gran preocupación, más oscuro que nada, de noche se le abrían las puertas. Una noche se abrieron y cerraron todas las puertas de la casa; los espíritus estaban enojados y decían malas palabras.
Un sábado al mediodía yo estaba con mis amigos mirando un partido a la pelota de “los viejos” y le saqué el tema a uno que se llamaba el cabezón Navarro que sabía un montón de estas cosas, porque su tío Medina le contaba todo tipo de historias. El cabezón nos dijo que los fantasmas eran como los perros: te olían y después no te molestaban más.
Entonces me decidí al todo o nada; a la noche cuando me mandaron a la cama y se apagaron todas las luces, empezaron los ruidos; el canario revoloteaba alrededor de la cama y la puerta del ropero se abría y se cerraba. Respiré profundo, abrí los ojos, salí de la cama y caminé hacia la puerta de la pieza; detrás de mi caminaba un montón de gente. Subí la escalera hasta la terraza, cerré los ojos y se acercaron para olerme. El Hombre Gato daba vueltas a mí alrededor, el Enano de la Cruz me pasaba entre las piernas, los lobisones me olfateaban los pies.
Las luces malas me alumbraron, abrí los ojos; todos los chicos de Villa Celina abrieron los ojos y en ese momento, entre la General Paz y la Ricchieri, mientras los padres dormían, todos los chicos eran hermanos de los fantasmas: eran los monstruos, a la noche, caminando en los techos.