domingo, 21 de agosto de 2011

Si no hay amor que no haya nada


La suerte es un edificio en llamas de deseo

Esperanza era una piba simple, de barrio. Enamorada de Ricky Martin desde chica, no se amedrentó cuando el cantante se confesó homosexual. Es más, ese acto de sinceridad absoluta por parte del puertorriqueño fue determinante para que Esperanza decidiera huir de su casa e ir en busca de su sueño; la chica fantaseaba con tener un hijo de Ricky. Con sus conocimientos construidos a partir de imágenes audiovisuales y revistas del corazón, Esperanza sentía que no había lugar para el fracaso; la magia de sus pensamientos le auguraba un encuentro real, ardiente, con si ídolo. Era una manera de empezar todo otra vez, dejando atrás los recuerdos de su vida anterior.
Esa mañana juntó unas pocas cosas indispensables: una mini negra (matadora), un par de pantalones, tres remeras escotadas y unas bombachas sucias porque Esperanza no tenía lavarropas y, además, era una mina bastante vaga para la limpieza. El resto del lugar en su bolso estaba destinado para sus trofeos; el autógrafo de los Menudo, heredado de su madre, una fanática de la primera hora; sus dos álbumes de fotos de Ricky; y la botella de agua mineral Villavicencio -de vidrio- que el propio Ricky, en persona, le había dado en una disco de Gualeguaychú. Un póster doble de la revista Semanario, donde se le ve la pierna entera y hasta parece desnudo; su medallita de la virgen de Lourdes y el pañuelo blanco con la 'E' bordada en un costado y con la transpiración de Ricky impregnada a fuego en la tela. Y por último, el teléfono de la mujer que le pasó el dato preciso de dónde encontrar a Ricky Martin en la ciudad de Rosario, durante su gira por Argentina. Ese número telefónico, y sus trofeos para la suerte, era todo lo que Esperanza necesitaba para emprender su viaje y cumplir con su objetivo: llevar un vástago de Ricky Martin en su vientre.

Mariano Vincenzetti 

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