miércoles, 30 de mayo de 2012

Crónica del Vaciamiento


-         No me acuerdo de cómo iba a empezar.
-         ¿No lo recuerda?.
-         No.
-         Algo tiene que haber, al menos un flash.
-         ¿Informativo?
-         No, eso no sirve.
-         Pero digame, su actitud me hace sospechar que usted sabe algo.
-         ¿Algo?
-         Sí, algo que yo no sé.
-         Yo puedo saber muchas cosas que usted no sepa, casi lo doblo en edad; lo que no puedo saber es lo que vivió en su experiencia personal. Su vida; su infancia; cómo creció; en dónde; quienes lo rodearon; qué manera de pensar se fue forjando con el tiempo.
-         ¿Forjar?, que yo sepa nunca adquirí conocimientos de herrería, ¿hacia dónde piensa llevar ésta conversación?
-         Pensar es lo que intento que haga. ¿Es que usted no puede recordar nada?
-         Eso parece.
-         Bien, entonces intentemos utilizar una técnica demasiado antigua, la ‘Mayéutica’.
-         ¿Mayéutica?
-         Mire, hace mucho tiempo atrás, demasiado, existió un sujeto (supuestamente, algunos piensan que fue una idealización de otro más rayado), que se llamó Sócrates. La madre de este sujeto era partea, y él muy inteligente decía que aplicaba el oficio de su madre para lograr que el conocimiento brotara de los demás individuos; incluso de aquellos que aseguraban ser completamente ignorantes.
-         ¿En serio?
-         Claro; como una partera, creía que podía conseguir que otros hombres dieran a luz el conocimiento.
-         Usted me está jodiendo. Primero, las únicas que pueden tener crías son las mujeres; segundo, de qué conocimiento me está hablando?
-         Bueno, en este caso le hablo del conocimiento de los últimos suceso que acaecieron en su vida, como para tener información sobre usted. Por otro lado, no hablo de dar a luz en el sentido que usted interpreta, me refiero a sacar afuera, a la superficie, lo que sabe sobre algo en especial. Por ejemplo, cómo iba a empezar.
-         Ah, copado lo suyo. Y cómo piensa hacerlo.
-         Muy fácil, mediante una serie de preguntas que empezarían con la frase ¿qué es?
-         ¿Qué es qué?
-         Por ejemplo, ¿qué es lo último que recuerda de anoche?

(...)

Mariano Vincenzetti (04-12-04)

miércoles, 23 de mayo de 2012

Sobre el oficio


Pareciera que los días no han querido cruzarse en su romántica senda de utopías construidas con lápiz y papel, pareciera que su sueño de un mundo mejor continúa guardado en su antiguo maletín. Esta no es la edad media, pero él sigue cantando y recitando los versos de sus trotamundos pasos, al igual que un juglar.

                                                                       Antonio Machado

lunes, 21 de mayo de 2012

Monólogo


Placeres, de Griselda Gambaro (adaptación)

¡Cómo me gusta el barrio! El centro tendrá las luces, la animación, pero el suburbio... El suburbio con las casitas bajas, el tango... el mate bajo la parra... (se mira la manga) / ¡Mierda, la manga! Ya me parecía que uno, cuando subí al colectivo, ¡se había agarrado de mi manga para sostenerse! La manga rota, y encima, recibí dos sopapos. Una mina creyó que la tocaba, sin darse cuenta de que me empujaban y yo estaba tan apretado, tan apretado que ni podía respirar. Suerte que me vio violeta y gritó. Tuvieron que parar el colectivo. Después la mina se disculpó, pero los dos bifes ya me los había ligado. Apenas respiré otra vez, todos subieron de nuevo, el colectivo arrancó como en una competencia y me dejaron en la calle. Abandonado. Con la manga rota.

Esperé otro colectivo. Volví a pagar el boleto porque el chofer no quiso escuchar razones, ¿Por qué bajó del otro salame?, me dijo.
¿Qué le iba a contestar? El centro los pone locos. Un tipo me clavó el codo con fuerza. ¡Ah!, no lo hizo a propósito. Fue cuando el colectivo frenó de golpe ¡y todos nos fuimos para adelante! Tuve suerte, una señora se tragó la puerta y perdió todos los dientes. Y bueno, se sabe. Viajar a los suburbios no es cómodo.
(Huele el aire, se inclina oliendo hacia la entrepierna) Un nenito que viajaba sentado se agarró de mis pantalones y me vomitó aquí. (Se mira) Se ve que los sacudones... La madre quiso limpiarme (sonríe). No todas son desgracias. Uno tiene sus compensaciones... en el colectivo.
A mí en realidad no me importan las asfixias, los vómitos, los codazos... El que quiere celeste, que le cueste. Cuando llegó acá, a los chalets, a las casas bajas... Recibo mi recompensa.

Me gusta caminar por el barrio al atardecer, ¡una paz, una tranquilidad! ¡Que no me hablen del centro! Voy hasta la esquina y vuelvo / corriendo porque quién se salva de los ladrones.
Pero ahora estamos más tranquilos en el barrio. Contratamos servicio de vigilancia. Debemos tomar alguna precaución –no volver tarde a la noche- / y bueno... se confunden, un error cualquiera lo tiene. Pero el barrio ganó. ¡Hay una seguridad! Pasan en auto, dan vueltas toda la noche y la sirena ¡chiu, chiuuuu! Para avisarle a los chorros. Para no encontrarlos, que huyan antes. Inteligentes, ¿eh? Se ahorran disgustos.
No dormir me pone... irritado. Pero / salgo al patio, veo las estrellas, la luna... No salgo mucho al patio. Porque hace poco una bala perdida le rompió la cabeza a una nena. Son cosas que pasan. Inadaptados hay en todas partes.

Los domingos a la mañana compro el diario, me siento en una sillita baja, tranquilo... ¡qué paz! ¡Una serenidad que-que...! Los del centro, ¡nunca! Esta paz.
Me olvido de los viajes, del colectivo.
Este domingo no lo leí, el diario / porque frente al quiosco pusieron un aviso grande, con dos postes así, (señala) a esta altura, (se señala la frente) un aviso del gobierno, cloacas, hospitales, escuelas... me di vuelta y... me lo llevé por delante / al cartel. El diariero me dijo que nueve de cada diez de los que compraban el diario, se lo llevaban por delante, al cartel. De hierro. La culpa fue mía, tengo movimientos... impulsivos. Me dieron tres puntos en la salita. / Había cola en la salita, / sólo se salvaron los petisos. Podían haberlo puesto un poco más alto, el cartel, no a la altura de la cabeza de la gente, pero tienen otras cosas en que pensar. Las cloacas, las escuelas, los hospitales.

Me gusta mirar la calle, me siento al lado de la ventana. En este momento la calle no está linda, hace casi dos años que está horrible. / Circunstancialmente. Primero vinieron los del asfalto. ¡Quedó la calle...!, lisa, una alfombra. ¡Estábamos contentos...! Y a los dos meses rompieron el asfalto para conectar el agua. ¡Quedó la calle...! un asco. Por pocos meses. La arreglaron, quedó lisita, una alfombra, y vinieron los de las cloacas. Rompieron los caños del agua. Un accidente, no se dieron cuenta. No hay modo de preverlo. Vos sabes, se cubre todo con el asfalto y no se ve lo que hay debajo. Rompen cavan, y ¡zas! Le dan al caño. Una catástrofe. Estuvimos seis meses entre el barro y la caca porque no se ponían de acuerdo sobre a quién le le correspondía arreglar. Y ahora rompieron otra vez el asfalto porque, / no sé... / no sé qué planes tienen. / Plantar árboles, construir una placita en medio de la calle, una playa de estacionamiento... Quedaron unos hoyos así, llenos de agua. Dos por tres se muere un vecino ahogado. O un niñito distraído que camina papando moscas.
Esto pasa en el centro también. Son los costos del progreso. Y en el centro uno se ahoga, no tiene este aire, este cielo... / El cielo no se ve bien, porque suburbio y todo, ¡hay un cablerío! Los árboles son todos mochos, los cortan a esta altura (señala), porque si no las ramas se enredan en los cables y hacen un desastre. El suburbio progresa, ¡sí, sí! Progresa sin perder su encanto. Y los árboles mochos son instructivos, están llenos de carteles. / Parecen las páginas amarillas, llenos de avisos... Plomeros, pedicuras, albañiles, / profesores de inglés...

domingo, 13 de mayo de 2012

Esperando al Mesías...


Estoy esperando un llamado...
Ustedes se preguntan: ¿A qué se dedica? ¿Tengo oficinas en la City porteña, alfombradas, con centralita, computadoras, télex? No. ¿Veo al cardiólogo de la bolsa? No. ¿Tengo yate, estancias, avión particular? No. Ni siquiera tengo auto. ¿Y entonces? Los devora la curiosidad. Lo sé . ¿Soy un cirujano de renombre? ¿Sí? ¿Vendedor? ¿Manosanta? No. Mi dominio es otro. Qué suspenso, ¿eh?
Les voy a contar...
A partir de centrar mi atención en canales de cable que pasan extensas publicidades del tipo llame y compre, me fanaticé por objetos y soluciones inútiles.
Intenté solucionar mi problema de sobrepeso consumiendo cápsulas reductoras, utilizando fajas y trusas reductoras para reducir la grasa acumulada en mi abdomen, cintura y piernas. Busqué tonificar (o solidificar, más bien), esas adiposidades que no cedían con el uso diario de esas prendas confeccionadas con el más fino poliéster / chino.
Combatí mi calvicie con cascos masajeadores que no hacían más que brindarme un grato arrullo craneano, mientras parpadeaba, pasada la medianoche, intentando seguir, sin perder detalle alguno, los relatos sobre exorcismos y curas milagrosas brindados por pastores brasileños, tan de moda en la tv actual, como en los ’80 fue el club 700.
En fin.
Es cierto. Está a la vista. Recuperé el pelo y bajé de peso. Pero desgraciadamente no fue gracias a soluciones mágicas. La televisión me defraudó, aunque yo deposité mi confianza en ella.
La historia sobre cómo alcancé mi estampa actual roza lo escabroso, y supera el motivo de mi exposición. Además es un relato signado por el esfuerzo, la entrega y la resignación de los placeres más queridos por mi, al menos. Para que se den una idea: las mujeres con poco busto se hacen las gomas; los hombres con poco pelo, el entretejido. Qué se le va a hacer.
El fin por el cual me auto convoco hoy a dar esta charla, es la revelación y apología de un adminículo que, desde mi total convicción, promete solucionar mi vida y la de todos como por obra de magia.
Es un aparato simple, pequeño. Si el control remoto constituye una extensión del pene para el hombre, el celular es el punto G que todos podemos tener en la palma de la mano para proporcionarnos goce interminable cuando la insatisfacción se apodera de nuestras vidas.
A partir del celular se modificó mi forma de ver el mundo y pensar mis problemas. Me cargué de energía, tal como se carga la batería del teléfono en el enchufe de la pared. Los dilemas profundos, las angustias existenciales, se vieron eclipsados por problemas superficiales: La recepción o no de un mensaje de texto, la pérdida de señal para comunicarse con el otro. Pero se hizo la luz. Horóscopos y cartas natales pueden llegar casi al instante a nosotros, y darnos las claves para el futuro inmediato; resolver penas de amor; problemas económicos; encontrar ese trabajo que no llega –ni por intermedio de los santos-. Claves para sentirse bien; recetas para los cocineros novatos y presurosos.
Todo esto me extirpó de mis más profundos padecimientos , del mirar hacia adentro; de los conflictos del trato personalizado, el cara a cara. Este pequeño medio electrónico, suma de todos los medios, elimina las contingencias, los errores, la incomodidad de acercarse al otro con el riesgo de ser vulnerable. 
Me convertí en un adorador de la telefonía celular. Recibía cada día mi horóscopo, que utilizaba al pié de la letra para organizar mi vida cotidiana.
Hago un paréntesis en este tema. La verdad nunca leí nada que describiera tal cual lo que pasaba en los diferentes ámbitos de mi vida. Es más, muchas veces no tuve el más mínimo indicio de éxito laboral, incluso lo sigo esperando. Me hice vegetariano; me acostumbré a caminar para mejorar el funcionamiento de mi sistema circulatorio. Todo por recomendación de mi astrólogo digital. Y no sé si funcionó. Sí sé que de un tiempo a esta parte poseo una anemia galopante, pero ya pasará.
En el terreno del amor tengo mis días buenos y malos. No conocí tantas mujeres con las que hayan prosperado relaciones pasionales y llenas de sexo. Pero tampoco me puedo quejar.
Yo confío en mi horóscopo, como tantos millones de personas también lo hacen. Si no, no existirían tanto astrólogos. Porque la gente los necesita. Son los psicólogos del cosmos y saben hacer su trabajo, sólo que sin matrícula.

Mariano Vincenzetti (2007)

domingo, 6 de mayo de 2012

Aquellas pequeñas cosas de la niñez


JACINTO
Graciela Cabal (adaptación)

Era el día del cumpleaños de Julieta. Estaba ansiosa por ver sus regalitos. Ni bien se despertó, comenzó a romper los papeles coloridos y brillantes: una hermosa muñeca; una carterita; una tortuga de verdad y muchas cosas más. De pronto, sentado sobre el escritorio vio a Jacinto. Jacinto era una especie de vaquita de San Antonio. Estaba sentado sobre un lápiz color verde manzana, mirando a Julieta muy sonriente.
De repente, Jacinto le guiñó el ojo a Julieta y le preguntó “¿Dónde es la fiesta de tu cumple?” Entonces, Julieta lo levantó y juntos fueron al comedor de la casa. Sobre la mesa, había una hermosa torta de cumpleaños. Jacinto, ni corto ni perezoso, se subió a la mesa y fue directo hacia la torta ¡qué rica! dijo, e inmediatamente comenzó a pellizcar las riquísimas almendras bañadas en chocolate. Llegaron los amiguitos de Julieta y le cantaron el cumpleaños feliz.
Desde el día de su cumpleaños, Julieta y Jacinto se hicieron inseparables. Si Julieta iba al jardín, allá iba Jacinto muy cómodo en el bolsillo del delantal. A la noche, el lugar preferido de Jacinto para dormir eran las chinelas bien peluditas de Julieta. ¡Y cómo disfrutaba del canasto de juguetes! Se metía bien adentro y comenzaba a revolear todo: ositos, muñecas, peluches…
Como la mamá de Julieta no lo veía, porque Jacinto era tan pero tan pequeñito, cuando encontraba la pieza de Julieta patas para arriba, le daba un buen reto a la pobre Julieta -  “mira lo que es el piso, Julieta, todos los juguetes desparramados!!!” decía la mamá.
Un tiempo después llegó al mundo Santiaguito, el hermanito de Julieta. La casa era un loquero: la mamadera, los pañales, el cochecito… Toda la familia vivía pendiente del bebé y poquito a poco, Jacinto empezó a pasar a un segundo plano. Ya nadie se acordaba de él; ni siquiera Julieta. Jacinto estaba muy triste y celoso del bebé.
Un día se trepó al canasto donde dormía Santiaguito y le arrancó el chupete. El bebé empezó a llorar y Jacinto salió corriendo de la habitación. La mamá, el papá, la abuela y Julieta estaban desesperados, no sabían qué era lo que le sucedía al pequeño.
-“Le duele la panza!” decía la mamá
-“Tiene hambre!”, decía el papá.
Y casi al mismo tiempo, todos gritaron: “Llamemos al doctor Nicolín!”
El Doctor vino de inmediato y examinó a Santiago de pies a cabeza. Después, se rascó un poco la cabeza, miró a todos por encima de sus anteojos y dijo “A este chico, le falta el chupete.” Toda la familia corrió hacia la farmacia de la esquina a comprar un chupete.
El bebé se quedó llorando a moco tendido. Entonces apareció Jacinto en puntitas de pie y le puso el chupete en la boca. Santiaguito paró de llorar  en un periquete y le sonrió a Jacinto; luego, le agarró un dedo bien fuerte. Jacinto trataba de soltarse, pero no podía – En ese momento llegaron todos, cada uno con un chupete en la mano y vieron cómo Santiaguito reía y reía sin parar, loco de alegría-
Jacinto lo miró a Santiaguito, le guiñó un ojo y despacito despacito, se fue acomodando en el canasto, bien cerquita del bebé- ¡Qué bien que se sentía dentro de ese canasto perfumado y lleno de moños celestes!!!.