sábado, 10 de diciembre de 2011

Un Justiciero

El Enmascarado no se rinde
(cuento callejero)


Cuando la maestra entra al aula de 2º grado donde daba clase, encuentra en la pizarra escrito:
PIS (El Enmascarado)


Con el ceño fruncido se dirige a la clase y los increpa para que confesara el culpable.

Ante el silencio reinante, se calma, y dice, "haremos lo siguiente, todos cerraremos los ojos y el que escribió eso, se para y lo borra".
"Todos a cerrar los ojos"

Se escucha que se corre una silla, unos pasitos, ruidos en la pizarra y luego pasos y silla en su lugar.

"Ahora, todos abrimos los ojos"

Y en el pizarrón dice:
PIS Y CACA
El Enmascarado no se rinde!!!

viernes, 9 de diciembre de 2011

No queda Nada...

Nada


He llegado hasta tu casa...
¡Yo no sé cómo he podido!
Si me han dicho que no estás,
que ya nunca volverás...
¡Si me han dicho que te has ido!
¡Cuánta nieve hay en mi alma!
¡Qué silencio hay en tu puerta!
Al llegar hasta el umbral,
un candado de dolor
me detuvo el corazón.

Nada, nada queda en tu casa natal...
Sólo telarañas que teje el yuyal.
El rosal tampoco existe
y es seguro que se ha muerto al irte tú...
¡Todo es una cruz!
Nada, nada más que tristeza y quietud.
Nadie que me diga si vives aún...
¿Dónde estás, para decirte
que hoy he vuelto arrepentido a buscar tu amor?

Ya me alejo de tu casa
y me voy ya ni sé donde...
Sin querer te digo adiós
y hasta el eco de tu voz
de la nada me responde.
En la cruz de tu candado
por tu pena yo he rezado
y ha rodado en tu portón
una lágrima hecha flor
de mi pobre corazón.

Horacio Sanguinetti (1944)

domingo, 4 de diciembre de 2011

Castillos en el Aire

Alberto Cortéz
Quiso volar igual que las gaviotas, libre en el aire, por el aire libre y los demás dijeron, "¡pobre idiota, no sabe que volar es imposible!". Mas él alzó sus sueños hacia el cielo y poco a poco, fue ganando altura y los demás, quedaron en el suelo guardando la cordura. Y construyó, castillos en aire a pleno sol, con nubes de algodón, en un lugar, adonde nunca nadie pudo llegar usando la razón. Y construyó ventanas fabulosas, llenas de luz, de magia y de color y convocó al duende de las cosas que tiene mucho que ver con el amor. En los demás, al verlo tan dichoso, cundió la alarma, se dictaron normas, "No vaya a ser que fuera contagioso..." tratar de ser feliz de aquella forma. La conclusión, es clara y contundente, lo condenaron por su chifladura a convivir de nuevo con la gente, vestido de cordura. Por construir castillos en el aire a pleno sol, con nubes de algodón en un lugar, adonde nunca nadie pudo llegar usando la razón. Y por abrir ventanas fabulosas, llenas de luz, de magia y de color y convocar al duende de las cosas que tienen mucho que ver con el amor. Acaba aquí la historia del idiota que por el aire, como el aire libre, quiso volar igual que las gaviotas..., pero eso es imposible..., ¿o no?

sábado, 26 de noviembre de 2011

Haikus Porteños



EN LA NOCHE
Sirenas de patrulleros.
Ruidos de persecución.
Silencio de incertidumbre.


EN EL BONDI
La moneda cae por la ranura.
Sonido metálico.
Un boleto que sale.


EN LA NOCHE II
El murmullo del viento
en los árboles frondosos,
semeja la lluvia.


Mariano Vincenzetti(2004)

El haiku, haiku, derivado del haikai, consiste en un poema breve de tres versos de cinco, siete y cinco moras respectivamente. Comúnmente se sustituyen las moras por sílabas cuando se traducen o componen en lenguas romances. Es una de las formas de poesía tradicional japonesa más extendidas. Su temática está relacionada con la naturaleza.

Himno de mi Corazón

Los Abuelos de la Nada


Sobre la palma de mi lengua
vive el himno de mi corazón
siento la alianza más perfecta
que injusticia a media vos
la vida es un libro útil
para aquel que puede comprender
tengo confianza en la balanza
que inclina mi parecer

Nadie quiere dormirse aquí
algo puedo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
por felicidad yo canto

Nada me abruma ni me impide
en este día que te quiera amor
naturalmente mi presente busca
flores es de a dos
nada hay que nada prohiba
ya te veo andar en Libertad
que no se rasgue como seda
el clima de tu corazón

Nadie quiere dormirse aquí
algo debo hacer
tras haber cruzado la mar
te seduciré
solo por amor lo canto

viernes, 18 de noviembre de 2011

Para leer a los Pitufos




Por Alejo Schapire
Desde Paris



Mientras los cines del mundo estrenan la lavada adaptación en 3D de los suspiritos azules del belga Peyo, un académico francés publicó en Francia un ensayo en el que rasca debajo de la ya mítica superficie azulada y baraja las hipótesis políticas que podría haber en esa comunidad de enanos estandarizados, de gorro frigio y líder rojo: el arquetipo de una utopía totalitaria impregnada de estalinismo y nazismo. Aunque cueste creerlo, las 177 páginas de El pequeño libro azul le han valido a Antoine Buéno no sólo un inesperado éxito editorial, sino también varias amenazas de muerte.


¿Qué clase de doctrina política domina la vida de los pitufos, que obedecen ciegamente a Papá Pitufo? ¿Por qué todos llevan un revolucionario gorro frigio y, con la significativa excepción del líder –vestido de rojo y con una barba marxista–, son idénticos, intercambiables? ¿Y qué sistema rige la economía de la aldea, basada en el colectivismo, el trabajo obligatorio y la ausencia de moneda? ¿Y todas esas hoces y esos martillos que aparecen juntos todo el tiempo?
No hace falta ser demasiado perspicaz para ver en la aldea pitufa una reminiscencia de granja soviética. Todos sospechamos que el mundo utópico de los suspiritos azules es algo más que un inocente dibujo animado para niños salido de un comic, pero hubo que esperar a la publicación de Le petit libre bleu: Analyse critique et politique de la société des Schtroumpfs (Ed. Hors Collection) (El libro azul: Análisis crítico y político de la sociedad de los Pitufos) para contar con una investigación más o menos rigurosa sobre un fenómeno pop cuyo último avatar es la película Los Pitufos 3D, que se estrenó el jueves pasado en el cine.
El escritor Antoine Buéno, conferencista de Sciences Po (Instituto de Estudios Políticos de París), donde enseña la materia Utopía, y ghost writer del ex candidato presidencial François Bayrou, restringió su exégesis a los diecisiete álbumes de tapa dura firmados por el franco-belga Pierre Culliford, alias Peyo, entre 1963 y 1993. El motivo: la muerte del historietista, en 1992, también supuso el fin de aspectos esenciales del universo pitufo, puesto que aunque la historieta fue retomada por su hijo, y Hannah Barbera ya se encargaba en los ‘80 de la versión animada, los rasgos ideológicos de los personajes y sus peripecias se fueron licuando en el signo políticamente correcto de los nuevos tiempos, sobre todo a pedido de los norteamericanos.
Desde el vamos, para Buéno la pregunta no es tanto si esta sociedad constituida por “buenos salvajes” que se rompen el lomo todo el día viven en un koljós –o gulag, nadie abandona impunemente la aldea–, sino si Papá Pitufo vendría a ser Karl Marx o aquel otro Papá, el de los Pueblos, Stalin. El autor se decanta por esta segunda hipótesis, no sólo porque el patriarca ejerce efectivamente el poder, sino por la existencia de otro personaje clave: Pitufo Filósofo, que “parece tener un grado de parentesco con León Trotsky, el mayor rival y el peor enemigo del dictador ruso”. Los anteojos redondos, su personalidad contestataria y de maestro ciruela es la misma imagen que el estalinismo propagó del creador del Ejército Rojo desde los años ’30 hasta declararlo “enemigo del pueblo” y mandarlo matar. De ahí que Pitufo Filósofo sea constantemente aporreado y perseguido por sus semejantes mientras trata de aleccionarlos con arrogancia.
El enemigo de la URSS era el capitalismo, el de los pitufos es el codicioso brujo Gargamel, que aspira a hacer un puchero de criaturitas azules, indispensables en la receta para fabricar la piedra filosofal que le permita convertir el plomo en oro. Para Buéno no hay duda, la avaricia, la nariz ganchuda, la joroba, la suciedad: “Es el judío tal como lo representa la propaganda estalinista”. Por si quedaban dudas, su gato se llama Azrael, casi Israel.
CABALLO DE TROYA COMUNISTA
En plena Guerra Fría, la llegada de los pitufos fue percibida en Estados Unidos como un caballo de Troya pop teledirigido desde Moscú. De hecho, Smurf, como se denomina al pitufo en su versión anglosajona, siempre fue para muchos el críptico acrónimo de Small Men Under Red Forces o Small (o Socialista o Soviet) Men Under Red Father (Pequeños Hombres Bajo las Fuerzas Rojas o el Padre Rojo). Buéno no lo cita, pero su libro, que presenta al pitufo anónimo y colectivizado como la antítesis del ocioso individualista Mickey Mouse, puede entenderse como una respuesta al clásico de los ‘70 Para leer al Pato Donald, donde el chileno Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart pasaban al imperialismo yanqui del tío Walt por la grilla de la lectura marxista.
La principal crítica pitufa al capitalismo se plasma en las páginas de El Pitufo Financiero, donde un azulito desprevenido aprovecha la enfermedad de Papá Pitufo para aventurarse en el mundo de los humanos –siempre decadentes y peligrosos– e importa la idea del dinero. Luego, inventa una máquina capaz de transformar una bolsa repleta de nueces en una moneda de oro. Sabio, Papá Pitufo pregunta al infractor qué piensa hacer con el vil metal. “Comprar una gran bolsa de nueces”, admite el transgresor... Pero la verdadera lección de esta fábula materialista llega después, cuando la introducción de las transacciones crea rápidamente una brecha entre los pitufos más productivos, que se enriquecen, y los demás, como los artistas o Pitufina, que caen en la indigencia. El sistema igualitarista se rompe, sembrando zozobra y dejando al descubierto la verdadera naturaleza del capitalismo. Por suerte, el líder máximo pone fin a la terrible experiencia.
El otro enemigo declarado de la Unión Soviética era el fascismo. El Pitufísimo, segundo álbum de los pitufos, narra cómo en ausencia de Papá Pitufo los pitufos osan organizar una elección para reemplazarlo. Por supuesto, el ganador, gracias a una campaña marcada por el clientelismo, se convierte progresivamente en un déspota que esclaviza al pueblo y lo obliga a edificar un palacio para el tirano. Sólo una revolución acabará con el tramposo régimen salido de las urnas. Papá Pitufo regresa, retoma el poder y, paternalista, les reprocha una vez más el haberse “comportado como seres humanos”.
A Buéno no le faltan argumentos para hablar de sociedad estalinista. El idioma de los pitufos –analizado ya por Umberto Eco en Kant y el ornitorrinco– que sustituye verbos y sustantivos por pitufar y pitufo, ¿no es acaso una neolengua orwelliana?, se pregunta el sociólogo. ¿O por qué el título original de El Astropitufo es Le Cosmoschtroumpf (cosmonauta es la terminología rusa), mientras los francófonos hablaban entonces de “spatiaunautes” y los anglófonos de “astronauts”? La analogía con la utopía marxista es fácil; menos obvia es la comparación con el nazismo.
PITUFINA, LA RUBIA TARADA DEL REICH
¿Y si los gorros blancos fuesen los del Ku Klux Klan? La secta también tiene un líder que usa uno rojo, llamado Gran Dragón. Pero son detalles, aclara Buéno, lo que realmente importa es que el elemento esencial del Tercer Reich fue el racismo, y el primer libro de la saga es, casualmente, Los Pitufos negros. En esta tira, una mosca pica a un pitufo. Este se vuelve negro y empieza a portarse como un salvaje: salta de un lado a otro mordiendo e infectando a sus semejantes mientras grita: “¡Ñac, Ñac!”. Más o menos la idea que los belgas podían tener de los africanos en plena descolonización del continente negro: caníbales brutos que se multiplican como plaga y ponen en peligro la sangre azul del pueblo. De hecho, apunta Buéno, Los Pitufos negros es la única historia que las editoriales norteamericanas se negaron a publicar durante años, hasta que decidieron distribuir una versión en la que los pitufos en vez de negros se vuelven violeta...
En la primera historieta, lo negro era peligroso y degenerado, en la tercera, lo rubio es inocente y bello. Gargamel, siempre buscando un modo de convertir en sopa a los pitufos, crea a Pitufina, la única hembra de la raza pitufa, morocha y de pelo corto, cuya misión es sembrar cizaña con su carácter superficial y caprichoso. La primera reacción de sus congéneres es el rechazo, pero Papá Pitufo interviene y mediante “una operación de cirugía esteticopitufa” la convierte en una rubia irresistible, igual de tonta, pero bella, en otras palabras, la arianiza, lo que le permite la asimilación. Los norteamericanos, en pleno feminismo reivindicativo, interrogaron mucho a Peyo sobre este personaje, pero el autor no hizo más que confirmar las sospechas de misoginia y sólo años más tarde Pitufina, bajo la pluma de otros autores, dejaría de ser el estereotipo de la rubia tonta. Mientras tanto, si hay una sola pitufina es porque “desde una óptica reaccionaria y corporativista, ser mujer es una función social en sí misma”. “Para los nazis, una división clara de las funciones entre los sexos es esencial para la salud moral y física de cada uno y del cuerpo social en su conjunto”, analiza Buéno. “Del mismo modo que sólo hay un Pitufo Cocinero o un Pitufo Campesino, sólo puede haber en esta sociedad de alegorías una Pitufina”, teoriza.
Buéno señala que los pitufos evolucionan en un espacio “volkisch”, la estética folklórico populista de los nazis, y su tiempo es el del pasado mítico, mágico y romántico de una Edad Media ahistórica propia del género fantástico y del imaginario del nacional socialismo. El autor recuerda además que los pitufos son un spin-off de otra tira de Peyo, Johan y Pirluit, que ya le valió acusaciones de antisemitismo cuando en El País Maldito un personaje pequeño y narigón insulta a los pitufos en idish, cuando la convención es usar ideogramas, nubes o rayos.
Lo desconcertante de este ensayo es que, pese a la despiadada lectura que hace de la obra de Peyo, Buéno aclara que acusarlo de estalinismo o nazismo “no tendría ningún sentido”. “No era un hombre engagé”, opina. “Según Hugues Dayez, su biógrafo, no desarrolló nunca una conciencia política.” “No le interesaba la política y votaba por los liberales, el partido belga de centroderecha”, advierte. Y concluye: “Los pitufos serían un caso típico de disociación entre las intenciones de un autor y las representaciones y las ideas desplegadas en su historieta”.
En todo caso, hay fans de los pitufos que no están dispuestos a perdonar estas interpretaciones y le envían por mail insultos y amenazas de muerte. Al principio le causaba gracia, pero a medida que el libro cobra notoriedad la presión aumenta. “Creo que hay seguramente una amalgama entre las polémicas moralizadoras sobre la prohibición de Tintín en el Congo, o incluso en otro registro con Lucky Luke y su cigarrillo”, comenta. “La gente no quiere creer que sólo me entregué a un ejercicio intelectual escolar que no denuncia ni delata. También tiene que ver con el hecho de que está muy ligado a lo afectivo del tema: todo lo que tiene que ver con la infancia tiene algo de sagrado, es como si me gritaran ‘no te metas con mis magdalenas, Proust’”, observa.
Domingo, 7 de agosto de 2011
En: < http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-7235-2011-08-07.html >

viernes, 11 de noviembre de 2011

Buenas Palabras

Bendición de Dragón  
(de Gustavo Roldán)


Que las lluvias que te mojen sean suaves y cálidas.
Que el viento llegue lleno del perfume de las flores.
Que los ríos te sean propicios y corran para el lado que quieras navegar.
Que las nubes cubran el sol cuando estés solo en el desierto. 
Que los desiertos se llenen de árboles cuando los quieras atravesar. O que encuentres esas plantas mágicas que guardan en su raíz el agua que hace
Que el frío y la nieve lleguen cuando estés en una cueva tibia.
Qué nunca te falte el fuego.
Que nunca, te falte el agua.
Que nunca te falte el amor.
Tal vez el fuego se pueda prender.
Tal vez el agua pueda caer del cielo. 
Si te falta el amor no hay agua ni que alcancen para seguir viviendo.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cambios en nuestro lenguaje a través del tiempo

Lunfardo: ladrón.
El lunfardo nació en los barrios bajos de Buenos Aires, en las comisarías y en los conventillos donde vivían los inmigrantes a fines del siglo XIX y principios del XX. En aquellos años habían llegado muchos genoveses, piamonteses y algunos lombardos. Como en Lombardía había banqueros y prestamistas, los más humildes decían que los lombardos o lumbardos eran ladrones. ‘Lumbardo’ derivó en ‘lunfardo’.
José Gobello, presidente de la Academia del lunfardo trasformó al lunfardo en un hecho lingüístico: el lunfardo era hijo de los patios de los conventillos, donde se juntaban los inmigrantes. El lunfardo se filtró en todos los estratos sociales; hoy, consta de 6000 palabras. A las que se le suman extranjerismos como ‘chatear’, y palabras surgidas de la actualidad como ‘piquetero’, ‘cacerolazo’ o ‘botinera’. El lunfardo se retroalimenta con términos del rock y la cumbia.

Adaptado de
Nora Sánchez  “El portenísimo lunfardo se renueva con palabras del rock y la cumbia”, 21/08/2011.


Los Monstruos  de Juan Diego Incardona
(adaptación)

Corrían los años del Hombre Gato, el Enano de la Cruz, el Ahorcado del Tanque y los Lobisones del campo. Villa Celina, como el resto de los barrios, estaba rodeada de potreros y campos. Por las noches estos lugares se convertían en algo amenazante y se oían voces y ruidos extraños. Para mis amigos y yo, entre 11 y 12 años, este tipo de cosas nos promovía un montón la imaginación.
Un día después de la escuela nos juntamos con un grupo de amigos en una esquina del barrio, mientras la noche caía lentamente. Los chicos discutían si los ladridos eran de los perros o eran aullidos de los lobisones, cuando de pronto vieron una luz entre blanca y amarilla moviéndose y formando figuras. Uno de los chicos, el cabezón Adrián, dijo que debía ser la luz mala del perro de “la Maico”, enterrado el día anterior en el campito. Adrián explicó que la luz mala eran las almas que salían de los muertos, según le había contado su tío Medina. Yo me acordé del canario que había enterrado con mi abuelo en la maceta de los malvones, en el patio de casa. La luz mala comenzó a ir hacía el grupo y los tres se levantaron espantados y corrieron para sus respectivas casas.
Yo compartía la pieza con mis dos hermanas: María Laura, de 6 o 7; y María Cecilia de 3 o 4 años. Ellas se dormían inmediatamente, pero yo no podía pegar un ojo porque tenía terror a la oscuridad; me tapaba con las sábanas y la frazada hasta la cabeza. Estaba convencido que el canario revoloteaba alrededor de mi cama y una vez me desperté con la impresión que alguien me tiraba del pelo. Lo primero que se me ocurría en momentos así, era prender el velador. Para esos días, el maestro de ciencias naturales nos había enseñado a hacer una linterna casera; yo la llevaba a la cama y cuando la prendía adentro de la cueva todo se iluminaba. Pero en los espacios abiertos era como si nada. Al llegar el verano fue peor porque quedaban solo las sábanas y yo no contaba nada de mis problemas a mis padres. A las cinco de la mañana papá entraba a la pieza antes de ir a la fábrica, para ver si todo estaba bien. Yo me destapaba la cabeza y simulaba dormir y hasta roncar.
El ropero era mi gran preocupación, más oscuro que nada, de noche se le abrían las puertas. Una noche se abrieron y cerraron todas las puertas de la casa; los espíritus estaban enojados y decían malas palabras.
Un sábado al mediodía yo estaba con mis amigos mirando un partido a la pelota de “los viejos” y le saqué el tema a uno que se llamaba el cabezón Navarro que sabía un montón de estas cosas, porque su tío Medina le contaba todo tipo de historias. El cabezón nos dijo que los fantasmas eran como los perros: te olían y después no te molestaban más.
Entonces me decidí al todo o nada; a la noche cuando me mandaron a la cama y se apagaron todas las luces, empezaron los ruidos; el canario revoloteaba alrededor de la cama y la puerta del ropero se abría y se cerraba. Respiré profundo, abrí los ojos, salí de la cama y caminé hacia la puerta de la pieza; detrás de mi caminaba un montón de gente. Subí la escalera hasta la terraza, cerré los ojos y se acercaron para olerme. El Hombre Gato daba vueltas a mí alrededor, el Enano de la Cruz me pasaba entre las piernas, los lobisones me olfateaban los pies.
Las luces malas me alumbraron, abrí los ojos; todos los chicos de Villa Celina abrieron los ojos y en ese momento, entre la General Paz y la Ricchieri, mientras los padres dormían, todos los chicos eran hermanos de los fantasmas: eran los monstruos, a la noche, caminando en los techos. 

martes, 25 de octubre de 2011

Escuela Media

Flores
(Jorge Accame)


Yo era profesor de Castellano en la Escuela Normal y a mediados del ochenta, en el segundo año A de bachillerato, tomé una prueba escrita de análisis sintáctico. Al devolver las hojas corregidas sobró una. Los alumnos me dijeron que ese nombre no correspondía al grupo. La evaluación, que había sido reprobada, llevaba la firma de un confuso Juan o José Flores. La guardé dentro de mi portafolios.
Por las dudas, en los días sucesivos pregunté en otros cursos: todos ignoraban su origen. Repasé las listas en vano. Nadie apareció con ese apellido.
No me sorprendí demasiado. Un escrito aplazado era quizás eludido hasta por su propio dueño. Probablemente abusando de mi ignorancia acerca de los integrantes de cada grupo, alguien había firmado con seudónimo previendo el resultado fatal.
Hacia septiembre, volví a examinar al segundo año. Corregí los trabajos y me encontré —creo que lo esperaba— con otra hoja firmada por Flores. Tampoco esta vez había aprobado.
No llevé a cabo más pesquisas. Ahora estaba seguro de que Flores pertenecía a segundo A. Haber encontrado dos veces un trabajo suyo entre las evaluaciones de ese grupo lo confirmaba. Sospeché que se trataba de un nombre apócrifo de algún bromista que había hecho dos pruebas. Una, firmada con su verdadero apellido para obtener un concepto real; la otra, que debía atribuirse a una sombra —Flores— y que era entregada con el solo propósito de perturbarme.
Durante el recreo, mencioné el episodio en el buffet del colegio, delante de mis colegas. En ese momento el comentario no produjo ningún efecto. Nunca se escucha realmente lo que dice el otro, salvo que el discurso sea por mera casualidad el que uno mismo está por decir.
Cuando ya iba a entrar al aula, sentí que me aferraban del brazo para detenerme. Era una preceptora.
Se la veía nerviosa.
—Sin querer —murmuró— he oído lo que relató en el bar.
Le dije para tranquilizarla que no tenía la menor importancia.
Ni siquiera intentó escucharme y empezó a hablar:
—Había hace tiempo, en segundo A, un chico Flores que nunca aprobó Castellano. Era voluntarioso y estudiaba mucho, pero sus deficiencias —mala escuela primaria o falta de cabeza, se ve— le impidieron eximirse. Una tarde, cuando venía hacia aquí a rendir examen por quinta o sexta vez, lo atropelló una camioneta y murió. Fue la única materia que quedó debiendo para siempre.
La narración era algo melodramática. Sin embargo, la mezcla de ambigüedad y precisión entre aquellas coincidencias me inquietó por varias semanas.
Ese verano, tomé la evaluación final en segundo A. Busqué la de Flores y la aprobé sin leerla. Al día siguiente, la dejé sobre el pupitre de un aula vacía.
Ya no volví a saber de mi inexistente alumno. Deliberadamente, deseché una última explicación posible: la intervención de algún familiar o amigo íntimo del difunto, que cursara en la escuela y hubiera prometido cumplir póstuma y simbólicamente su voluntad truncada.
Para mí (y para la sombra) había una sola realidad: Flores, ese año, se eximió en la materia que lo había fatigado.






JORGE ACCAME nació en Buenos Aires, Argentina, en 1956. Desde 1982 está radicado en Jujuy, Argentina. Estudió Letras en la Universidad Católica Argentina de Buenos Aires; enseña en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Jujuy. En 1998, su obra Venecia fue estrenada en Buenos Aires, en el Teatro del Pueblo. Desde entonces se ha representado en Inglaterra, España, Eslovenia, Estados Unidos de Norteamérica, Canadá, México, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia, y en la mayoría de las provincias de Argentina. Con Venecia ha ganado varios premios, entre ellos el Florencio Sánchez. Ha sido becado por la Fundación Antorchas para asistir al Programa Internacional de Escritura en la Universidad de Iowa (Estados Unidos). También recibió becas del Fondo Nacional de las Artes, del Instituto Nacional del Teatro, de la Fundación Civitella Ranieri, la Colonia MacDowell, la Corporación Yaddo y la Fundación Guggenheim. Ha publicado Cuatro poetas, Punk y circo, Golja (poesía), Cumbia, Ángeles y diablos, Día de pesca, ¿Quién pidió un vaso de agua?, Cuarteto en el monte, El jaguar, El mejor tema de los '70, Diario de un explorador (cuentos); Concierto de jazz y Segovia o de la poesía (novela). Entre los títulos de sus obras teatrales figuran Casa de piedra, Chingoil Compani, Suriman ataca, Venecia y Hermanos.

viernes, 21 de octubre de 2011

En el Andén

 Ernesto Frers, 1964.
(versión libre de Mariano Vincenzetti)

Es el atardecer en un pueblo del interior. Ernesto ingresa apurado a la estación de tren; se acerca a la boletería y pide pasaje para el expreso de las 7 de la tarde. El empleado, José Aténgase-a-las-reglas, le dice: - ¿Qué tal caballero? Es mi deber informarle que el expreso se detiene aquí a las 8.45, demora contemplada en el horario. Además le paso el chisme que ese tren no para aquí hace más de diez años, pero en cualquier momento lo hará-. Ofuscado y sin entender muy bien la situación, Ernesto paga $500 por su boleto, tiene prisa por llegar a Buenos Aires. - Da gusto hacer negocios con personas tan sensatas, ¿sabe?-, comenta José sin captar la atención de su interlocutor; y agrega: - Si todo va viento en popa, dentro de 30 o 40 años me convertiré en Jefe de estación, ¡todo un logro!, ¿qué le parece?-. Sí, sí, muy interesante, aunque estoy un tanto cansado. Me sentaré por allá a esperar el expreso-.  
Apenas Ernesto se sienta entra en el andén Catalina, joven y esbelta, se le acerca y pregunta  por el arribo del expreso; Él afirma y siente esperanza porque ella aguarda la llegada de su prometido; no hace más que hablar de sus planes de boda. Ernesto la interrumpe para conversar de Buenos Aires “la tierra de las oportunidades”. En eso se mete José Aténgase-a-las-reglas, y hace gala de los proyectos que tiene para cuando sea Jefe. No se escuchan. No se entienden. Cada uno está ensimismado en su propio discurso; en sus propios sueños. Ernesto y Catalina se trenzan en una discusión sobre la probabilidad que existe de que el expreso pare ahí hoy. Están absortos en su disputa y no registran cuando el tren llega, para y sigue su recorrido. José Aténgase-a-las-reglas les anuncia lo sucedido; no lo pueden creer. Catalina pregunta si no vio descender a un hombre moreno, de bigote y con galera. José niega; - Es más, nadie bajó de la formación-. La joven rompe en llanto porque Olegario, su prometido, le había jurado amor eterno y ella lo esperó cada tarde, en aquel lugar, durante diez años. Ernesto y José están indignados con la situación; José intenta poner paños fríos y reflexiona:
- Cada día se aprende algo nuevo-. -Es verdad-, responden los otros dos al unísono. Pero reconocieron que siguen sin comprenderse. Entonces, los tres  tomaron una decisión.
Catalina secó sus lágrimas. Se fueron; volvieron a entrar y volvieron a repetir una y otra vez los diálogos, una y otra vez cada acción, en un sinfín de tiempo y espacio.

domingo, 16 de octubre de 2011

La muerte del ídolo???

Dieguito
(José Pablo Feinmann)

Según su padre, que tal vez lo odiara, Dieguito era decididamente idiota. Según su madre, que algo había accedido a quererlo, Dieguito era sólo un niño con problemas. Un niño de ocho años que no conseguía avanzar en sus estudios primarios -había repetido ya dos veces primer grado-, taciturno, solitario, que apenas parecía servir para encerrarse en el altillo y jugar con sus muñecos: los cosía y los descosía, los vestía y los desvestía, vivía consagrado a ellos. Un idiota, insistía el padre, y un marica también, agregaba, ya que ningún hombrecito de ocho años juega tan obstinadamente con muñecos y, para colmo, con muñecas. Un niño con problemas, insistía la madre, no sin deslizar en seguida alguna palabreja científica que amparaba la excentricidad de Dieguito: síndrome de tal o síndrome de cual, algo así. Y no un marica, solía decir contrariando al padre, sino un verdadero varoncito: ¿acaso no amaba el fútbol? ¿Acaso no se prendía a la tele siempre que Diego Armando Maradona aparecía en la mágica pantalla haciendo, precisamente, magia, la más implacable de las magias que un ser humano puede hacer con una pelota?
Dieguito se deslizaba por la vida ajeno a esos debates paternos. Se levantaba temprano, iba al colegio, cometía allí todo tipo de errores, torpezas o, siempre según su padre, imbecilidades que luego se expresaban en las estólidas notas de su libreta de calificaciones, y después, Dieguito, regresaba a su casa, se encerraba en el altillo y jugaba con sus muñecos y con sus muñecas hasta la hora de comer y de dormir.
Cierto día, un día en que incurrió en el infrecuente hábito de salir a caminar por las calles de su barrio, presenció un suceso extraordinario. Fue en un paso a nivel. Un poderoso automóvil intentó cruzar con las barreras bajas y fue arrollado por el tren. Así de simple. El tren siguió su marcha de vértigo y el coche, hecho trizas, quedó en un descampado. Dieguito no pudo dominar su curiosidad. ¿Quién conduciría un coche tan hermoso? Corrió -¿alegremente?- a través del descampado y se detuvo junto al coche. Sí, estaba hecho trizas, negro, humeante y con muchos hierros retorcidos y muchísima sangre. Dieguito miró a través de la ventanilla y se llevó la sorpresa de su corta vida: allí dentro, algo deteriorado, estaba él, el hombre que más admiraba en el mundo, su ídolo.
Una semana después todos los diarios argentinos dedicaban su primera plana a un suceso habitual: Diego Armando Maradona llevaba más de diez días sin acudir a los entrenamientos de su equipo. Hubo polémicas, reportajes a variadas personalidades (desde ministros a psicoanalistas y filósofos) y conjeturas de todo calibre. Una de ellas perseveró sobre las otras: Diego Armando Maradona había huido del país luego de ser arrollado por un tren mientras cruzaba un paso a nivel con su deslumbrante BMW. ¿A dónde había huido? Muy simple: a Colombia, a unirse con el anciano y desfigurado Carlos Gardel, quien aún sobrevivía a su tragedia en el país del realismo mágico. Ahora, desfigurados horriblemente, los dos grandes ídolos de nuestra historia se acompañaban en el dolor, en la soledad y en la humillación de no poder mirarse a un espejo. Ellos, en quienes se había reflejado el gran país del sur.
En medio de esta tristeza nacional no pudo sino sorprender al padre de Dieguito la alegría que iluminaba sin cesar el rostro del niño, a quien él, su padre, llamaba el pequeño idiota. ¿Qué le pasaba al pequeño idiota?, le preguntó a la madre. "No sé", respondió ella. "Come bien. Duerme bien." Y luego de una breve vacilación -como si hubiera, demoradamente, recordado algún hecho inusual-, añadió: "Sólo hay algo extraño". "Qué", preguntó el padre. "No quiere ir más al colegio", respondió la madre. Indignado, el padre convocó a Dieguito. Se encerró con él en su escritorio y le preguntó por qué no iba más al colegio. "Dieguito no queriendo ir al colegio", respondió Dieguito. El padre le pegó una cachetada y abandonó el escritorio en busca de la madre. "Este idiota ya ni sabe hablar", le dijo. "Ahora habla con gerundios." La madre fue en busca de Dieguito. Le preguntó por qué hablaba con gerundios. Dieguito respondió: "Dieguito no sabiendo qué son gerundios".
Transcurrieron un par de días. Dieguito, ahora, ya casi no bajaba del altillo. Sus padres decidieron ignorarlo. O más exactamente: olvidarlo. Que reventara ese idiota. Que se pudriera ese infeliz; sólo para traerles desdichas y papelones había venido a este mundo.
Sin embargo, hay cosas que no se pueden ignorar. ¿Cómo ignorar el insidioso, nauseabundo olor que se deslizaba desde el altillo hacia el comedor y las habitaciones? ¿Qué diablos era eso? ¿A quién habrían de poder invitar a tomar el té o a cenar con semejante olor en la casa? Decidieron resolver tan incómodo problema. "Esto", dijo el padre, "es obra del pequeño idiota". Llamó a la madre y, juntos, decidieron emprender la marcha hacia el altillo. Subieron la estrecha escalera, intentaron abrir la puerta y no lo consiguieron: estaba cerrada. " ¡Dieguito! ", chilló el padre. " ¡Abrí la puerta, pequeño idiota!" Se oyeron unos pasos leves, giró la cerradura y se abrió la puerta. Dieguito la abrió. Sonrió con cortesía, dijo "Dieguito trabajando", y luego se dirigió a la mesa en que yacía el ídolo nacional ausente. Sí, era él. El padre no lo podía creer: no estaba en Colombia, con Gardel, sino que estaba ahí, sobre esa mesa, y el olor era insoportable y había sangre por todas partes y el ídolo nacional ausente estaba trizado y Dieguito, con prolija obsesividad, le cosía una mano (¿la mano de Dios?) a uno de los brazos. Y la madre lanzó un aullido de terror. Y el padre preguntó: "¿Qué estás haciendo, grandísimo idiota?" Y Dieguito (oscuramente satisfecho por haber sido, al fin, elevado por su padre a los dominios de la grandeza) sólo respondió:
-Dieguito armando Maradona.






JOSÉ PABLO FEINMANN nació en Buenos Aires en 1943. Es licenciado en Filosofía (UBA) y ha sido docente de esta materia en esa casa de estudios. Publicó más de veinte libros, que han sido traducidos a varios idiomas. Ensayos: entre otros, Filosofía y Nación (1982), López Rega, la cara oscura de Perón (1987), La creación de lo posible (1988), Ignotos y famosos, política, posmodernidad y farándula en la nueva Argentina (1994), La sangre derramada, ensayo sobre la violencia política (1998), Pasiones de celuloide, ensayos y variedades sobre cine (2000), Escritos imprudentes (2002), La historia desbocada, tomos I y II (2004) y Escritos imprudentes II (2005); novelas: Últimos días de la víctima (1979), Ni el tiro del final (1981), El ejército de ceniza (1986), La astucia de la razón (1990), El cadáver imposible (1992), Los crímenes de Van Gogh (1994), El mandato (2000), La crítica de las armas (2003) y La sombra de Heidegger (2005); teatro: Cuestiones con Ernesto Che Guevara (1999) y Sabor a Freud (2002); guiones cinematográficos: entre otros, Últimos días de la víctima (1982), Eva Perón (1996), El amor y el espanto (2000) y Ay, Juancito (2004). Actualmente dicta cursos de filosofía de inusual y masiva convocatoria. Siempre residió en Buenos Aires. Sus libros han sido traducidos al inglés, francés, italiano y alemán.

jueves, 13 de octubre de 2011

Opinión

La Guerrita 
Por Santiago Varela *
Que la realidad supera a la ficción no es una novedad. Yo había escrito en el 2006 una novela titulada La Guerrita, que relataba una guerra entre Uruguay y Argentina a partir del conflicto de Botnia.
Me parecía tan absurdo que dos países como los nuestros se pelearan por el negocio de una transnacional que pensé que podía ser un buena tema para tratarlo con humor. Con los yoruguas podemos pelearnos, pero por cosas más importantes, como ser el fútbol, la nacionalidad de Gardel o si la yerba es mejor con palo o sin él, pero agarrarnos a las piñas por la plata de otros, jamás. Como pueblos no merecemos que nos traten de tontos.
Pero hoy escuchándolo a Tabaré Vázquez me di cuenta de que estaba equivocado. El hombre había analizado seriamente la posibilidad de una salida armada. Y enterarme ahora de que ellos contaban con cinco aviones y nosotros no teníamos ni un miserable cañón antiaéreo porque Menem se los había vendido a Ecuador y Croacia me hizo erizar los pelos. ¡Llegamos a estar a merced de Tabaré!
Pero lo que más me espantó fue que el ex presidente oriental fuera a pedirle ayuda al Gran Hermano cuando estaba Bush, que era un tipo de anotarse en cuanto bombardero o invasión party se organizara en cualquier parte del mundo.
Tal vez Tabaré lo hizo porque entendió que así colaboraba a integrar más la Unasur. La política, a veces, suele transitar por senderos impensados.
Pero yo, cuando describía la guerra en el libro, juro que no tenía ni idea de que algo así podía pasar. Aunque, debo confesarlo, hoy me doy cuenta de que algunas veces me sucedieron cosas extrañas. Por ejemplo, sentía que me vigilaban. Un día, cuando estaba describiendo los combates de las tropas uruguayas que intentaban invadir Punta del Este, vino el encargado a decirme que probablemente me hubieran pinchado el portero eléctrico, ya que del mismo salía un cable que se metía en un camión de transporte de carne que hacía cinco días que estaba estacionado... y ya olía. Quedé intrigado.
Otra vez, al llegar a mi casa veo, en la vereda, apoyado en la pared, a un hombre con impermeable, sombrero y anteojos oscuros. Lo raro es que no llovía, hacía 38 grados y era de noche. Pensé que era de la SIDE, que querían saber lo que yo sabía –cosa muy común en ellos–, pero cuando vi que el hombre portaba un termo sobaquero y el clásico porongo, me di cuenta de que éste venía del otro lado del charco.
En fin, fueron detalles que pasaron inadvertidos. Jamás pensé que esa Guerrita pudiera ser posible. Lo que no quita que haya algunos que se las dan de estadistas que no solamente piensen que pudo haber sido posible, sino que además, al decirlo hoy, lo hagan motivados por algún tipo de misteriosa conveniencia.

* Autor de La Guerrita, la novela rioplatense sobre una guerra idiota.
Editorial Sudamericana, 2006.

lunes, 10 de octubre de 2011

La culpa es del chancho

Dioptrias

Mi vida no tiene nada de sobresaliente, es apenas un pedazo de campo con cielo y todo incluido. También con algunos yuyos llenos de vaquitas de San Antonio y deseos perdidos…
Puedo decir, eso sí, que nací en 1979.
Que transité las escuelas con más penas que gloria.
Que mis viejos son laburantes, buena gente, y mi hermana hermosa.
Que dibujo porque me sale así.
Que tengo varias familias adoptivas. Que conozco buena gente. Y que, con mis amigos, anuestra manera jugamos, pensamos, hacemos el “para todos todo”.


El Amor en los tiempos que corren…

Después de algunas percepciones engañosas….
Y algunas esperanzas autoprovocadas…
Decidió abandonar la búsqueda y esperar por el verdadero amor.
Y aunque el tiempo pasaba…
Jamás perdió la calma…
Sabía que estaba cerca el día en que ella irrumpiría en su vida al grito de “Piedra libre”.

Zeque Bracco

el quejoso

Me cuesta levantarme a la mañana temprano, es un bajón. Lo peor que le puede pasar al ser humano. No les creo a los que dicen amar levantarse temprano. Es lo peor. Hasta la tarde soy un zombie. No me jodan. Encima de levantarse temprano tenés obligaciones a la mañana, es inaudito, el cerebro no da, vas en piloto automático y decís cosas que no entendés, ni sabés de dónde las sacaste. Es antinatural, no me gusta. Las obligaciones no deberían existir, o por lo menos empezar pasado el mediodía.
Las estrellas de rock sí la tienen clara en ese sentido pero yo, por desgracia, no tengo aptitudes para la música. Me tendré que conformar con lo que tengo aunque no me conforma. No les digo más nada porque todo me cuesta, incluso hablar.
Mariano Vincenzetti

¿Por qué es bueno equivocarse?

Un error es bueno porque es lo que nos confirma como humanos. La perfección no existe y los errores nos ayudan a crecer y aprender. Nos vuelven más falibles, que es la realidad del día a día.
Nos equivocamos todo el tiempo como personas, a pesar de muchos aciertos que solemos tener. El error nos constata que no somos infalibles y por más capaces que seamos (o nos creamos), siempre tenemos espacio para un tropezón. 

viernes, 30 de septiembre de 2011

La suma de todos los miedos

Según los entendidos en la materia, nacemos sólo con dos miedos. Pero el principal, el que nos persigue toda la vida, es el miedo al abandono. Como cuando estamos en una zona desolada, es de noche, la cara de los transeúntes no ayuda y el colectivo que esperamos, al que le empezamos a hacer señas dos cuadras antes, no para y sigue adelante con el conductor que lleva en su cara el orgullo por no presionar el freno.
El abandono, ese miedo tan intenso, nos persigue a todas partes. Quedar en ridículo en situaciones muy formales; como aquella primera vez que expuse una ponencia en un congreso. El tiempo máximo eran diez minutos, y a los cuarenta de mi monótona lectura alguien me hizo notar el tiempo transcurrido y preguntó si me faltaba demasiado. Achuré mi trabajo in situ  y terminé estrepitosamente mi exposición.
El miedo nos oprime todo el tiempo, miedo a ser felices, miedo a la infelicidad, miedo a que nuestra felicidad opaque la de otros. El miedo a la muerte es un miedo absurdo porque es lo único que nos espera a todos por igual. Pero morir en soledad es algo jodido, ojala nunca les toque.
Al fin de cuentas el miedo es miedo, como la AFIP o las cuentas a fin de mes. Por eso mejor evitarlo o hacer oídos sordos con algodón o tapones en las orejas. Pero por favor, “no me dejen solo”.

Mariano Vincenzetti

miércoles, 28 de septiembre de 2011

IX Encuentro nacional de teatro comunitario en Rivadavia 8, 9 y 10 de octubre!!!



Espectáculos gratuitos en todos los pueblos del distrito (Sansinena, González Moreno, Fortín Olavarría, América, Roosevelt y San Mauricio)


Más de 1200 vecinos-actores de todo el país, Uruguay, Italia, Brasil y Chile.


Exposiciones de la red de fotógrafos y de investigadores de teatro comunitario

Apertura del encuentro en San Mauricio - 8 de octubre a las 17hs. con la obra del centenario de Rivadavia

Domingo 9 espectáculos desde las 14hs. en Roosevelt, Sansinena, González Moreno, Fortín Olavarría
Y desde las 18hs. en América.

Cierre del encuentro lunes 10 desde las 9:30 de la mañana en América con charlas a cargo del teatro comunitario de Italia y Uruguay, y a la tarde murga teatral de Barracas y 2 espectáculos de teatro comunitario.


Para más información:


viernes, 23 de septiembre de 2011

El mago de OZ

Sobre el arcoiris
En algún lugar sobre el arcoiris.
Por un camino muy alto.
Hay una tierra de la que oí.
Una vez en una cancion de cuna.

En algún lugar sobre el arcoiris.
Los cielos son azules.
Y los sueños que te atreves a soñar
se hacen realidad

Algún día desearé sobre una estrella
Y despertaré donde las nubes están lejos
detrás de mi.
Donde los problemas se derriten como gotas de limón
Lejos, sobre las cimas de las chimeneas.
Ahí es donde me encontrarás.

En algún lugar sobre el arcoiris
Los pájaros azules vuelan.
Los pájaros vuelan sobre el arcoiris
Entonces porqué,oh porqué no puedo yo?

En algún lugar sobre el arcoiris
Por un camino muy alto.
Hay una tierra de la que oí
Una vez en una cancion de cuna

En algún lugar sobre el arcoiris
Los cielos son azules.
Y los sueños que te atreves a soñar
se hacen realidad.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Para vos...

Que estés sonriendo (Las Pelotas)
Viendo la sombra del atardecer reflejada en el rio. Queriendo ver hasta donde llegar queriendo ver si estás vivo. Destino dónde estarás? que estes sonriendo Destino dónde estarás? que estes sonriendo. Mirá que es bueno volver a creer que todo esto ha servido. De nada sirve bajar el telón salirte de tu camino. Destino dónde estarás? que estes sonriendo. Destino dónde estarás? que estes sonriendo. La vida pasa y sin reprocharte. No se detiene a advertirlo quien no conoce el final. Y si una vez te perdiste y si otra vez has caído no tengas miedo de lo que vendrá. Iluminá tu camino. Destino dónde estarás? que estes sonriendo. Destino dónde estarás? que estes sonriendo.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Sentimientos por la Ciudad

Una para Buenos Aires



Entre la fascinación y el desconcierto,
entre una imagen fantasmal y el choque cotidiano,
entre un voraz verano de alquitrán y un río que se estanca…

Veo a Buenos Aires.

La madeja se desenrolla, entra a rodar
el tiempo entreteje sobre la ciudad
cortinas de pálidos hilos
por donde transita mi mirada

Descubro a Buenos Aires
tras esa fina cortina espectral
que la envuelve en eterno misterio.

Entre el resplandor de luna arrullada por los edificios
y un almacén abandonado,
entre el último café en un bar inexistente
y la ceniza húmeda del invierno,
entre barrios desvastados
y una Corrientes que no deja de deslumbrar…

Observo a Buenos Aires.

Ciudad araña que se adueña del tejido
y atrapa en su grisáceo laberinto,
al enredarme en las hilachas de su tiempo ancestral

Conozco a Buenos Aires
en ese tiempo que es otro
dentro de la trama,
aquel que nunca empezó.




Entre los giros de un baile orillero
y el andar desenfrenado en Florida,
entre nocturnos amantes en parques desiertos
y la caricia primaveral de las plazoletas,
entre el tango del desengaño
y el estallido del éxtasis piazzolleano…

Siento a Buenos Aires.


Cerca, lastima.
Lejos, se añora angustiosamente.


Y la madeja es infinita,
multiplica calles como recuerdos,
entregada a ese transitar

Reencuentro a Buenos Aires
atisbo un sitio álgido,
aleph de la pulsión porteña,
punto ciego de un pasaje innombrable
que cruzo sin darme cuenta.

Entre el atardecer bohemio del otoño
y el ángel urbano velando las calesitas,
entre un pasado mítico
y un futuro teñido de nostalgia por lo perdido,
entre el letargo y el latido…

Amo a Buenos Aires.

 Gabriela Goldenberg (2005)

viernes, 2 de septiembre de 2011

Las Bolitas de mi Amigo Luis


(al estilo de las Bolitas de Ricardo García Pico pero menos cáidas)

      En el barrio de Flores, en la calle Aranguren entre Caracas y Gavilán, estaba la casa paterna de mi amigo Luis. Una casa de las de antes, las llamadas “chorizo”. Tenía un frente blanco amplio, con una gran puerta de metal negra y a ambos lados dos grandes ventanas con rejas tipo balcón, también negras. Entrando había un zaguán y a continuación un pequeño hall de entrada. A la izquierda una pequeña habitación donde dormía Luis con Fernando, uno de sus cuatro hermanos. Luis es el menos con bastante diferencia. A la derecha estaba el comedor, amplio, con un piano vertical, alemán, que tocaba su madre que además de ser maestra sabía música y en algún que otro acto escolar, incluso, interpretaba el himno nacional.
      El Hall estaba separado del resto de la casa por otra puerta (negra) de metal con vidrios de diferentes colores. Traspasada esa puerta un largo pasillo comunicaba con el resto de la casa. En él, sobre la derecha había tres habitaciones con piso de madera. Al fondo la cocina, un lavadero y el baño. Por fuera, siguiendo el pasillo quedaba el patio, lleno de plantas hermosas el patio y la mamá se ocupaba de cuidarlas.
      Con Luis nos conocemos hace 25 años, desde los 5. Por aquellos años éramos más que amigos, como hermanos. Los dos muy flacos y desgarbados, y de madera para el fútbol (siempre juntos en la defensa). Durante nuestra infancia pasamos tardes interminables de juego en su casa. Podíamos ser detectives, espías, Batman y Robin y muchos otros más. Cualquiera que nuestra imaginación infinita de niños nos permitiera.
      Cuando Luis tenía 9 años perdió a su mamá. Yo la quería mucho, era una persona noble y no pude entender bien lo sucedido. Por aquel entonces Luis tampoco, creo. Su papá lo cambió a una escuela de doble escolaridad, aunque eso no impidió que nos sigamos viendo y compartiendo juegos. Al comenzar el secundario nuestro contacto se volvió más esporádico, casi nulo por un período.
      Ya con 22 y en la universidad le tocó el turno a su viejo, luego de cuarenta días de internación se fue. No pude evitar contener el llanto en la Chacarita, era un tano cabrón pero querible; buen tipo. Me dolió mucho su muerte, por mi amigo, por mí y por los recuerdos acumulados.
      Luis siguió viviendo en la casa durante cinco o seis años más; hasta que se la vendieron a un comprador que decía pretender reciclarla para mudarse ahí. El comprador no cumplió su promesa, claro. La casa fue demolida y ahora en su lugar hay un edificio de cinco pisos, deshabitado por falta de alguna habilitación. Es un espacio lleno, pero vacío a la vez en un lugar significativo del barrio para mí. Cuando paso caminando frente a esa cuadra no puedo evitar que un rapto de nostalgia me invada… ¡tantas remembranzas!
      Actualmente Luis es músico y va por la vida con su guitarrita forjando su futuro, la vida no se la hizo fácil y sin embargo él sigue adelante con paso firme; vive en un departamento sobre la calle Páez, entre Condarco y Terrada. Las putas lo siguen a todas partes a mi amigo, ya que en Caracas y Aranguren hacían esquina y en Terrada y Páez también. Pasé la etapa más feliz de mi niñez con mi amigo Luis; el mismo que nunca logró hacer caca sin primero hacer pis.

Mariano Vincenzetti


 DESCONCHERTADOS
Donde la música nacerá de cosas raras y cosas raras nacerán de la música.
Domingos 19hs.Teatro Beckett. Guardia Vieja 3556.