viernes, 21 de octubre de 2011

En el Andén

 Ernesto Frers, 1964.
(versión libre de Mariano Vincenzetti)

Es el atardecer en un pueblo del interior. Ernesto ingresa apurado a la estación de tren; se acerca a la boletería y pide pasaje para el expreso de las 7 de la tarde. El empleado, José Aténgase-a-las-reglas, le dice: - ¿Qué tal caballero? Es mi deber informarle que el expreso se detiene aquí a las 8.45, demora contemplada en el horario. Además le paso el chisme que ese tren no para aquí hace más de diez años, pero en cualquier momento lo hará-. Ofuscado y sin entender muy bien la situación, Ernesto paga $500 por su boleto, tiene prisa por llegar a Buenos Aires. - Da gusto hacer negocios con personas tan sensatas, ¿sabe?-, comenta José sin captar la atención de su interlocutor; y agrega: - Si todo va viento en popa, dentro de 30 o 40 años me convertiré en Jefe de estación, ¡todo un logro!, ¿qué le parece?-. Sí, sí, muy interesante, aunque estoy un tanto cansado. Me sentaré por allá a esperar el expreso-.  
Apenas Ernesto se sienta entra en el andén Catalina, joven y esbelta, se le acerca y pregunta  por el arribo del expreso; Él afirma y siente esperanza porque ella aguarda la llegada de su prometido; no hace más que hablar de sus planes de boda. Ernesto la interrumpe para conversar de Buenos Aires “la tierra de las oportunidades”. En eso se mete José Aténgase-a-las-reglas, y hace gala de los proyectos que tiene para cuando sea Jefe. No se escuchan. No se entienden. Cada uno está ensimismado en su propio discurso; en sus propios sueños. Ernesto y Catalina se trenzan en una discusión sobre la probabilidad que existe de que el expreso pare ahí hoy. Están absortos en su disputa y no registran cuando el tren llega, para y sigue su recorrido. José Aténgase-a-las-reglas les anuncia lo sucedido; no lo pueden creer. Catalina pregunta si no vio descender a un hombre moreno, de bigote y con galera. José niega; - Es más, nadie bajó de la formación-. La joven rompe en llanto porque Olegario, su prometido, le había jurado amor eterno y ella lo esperó cada tarde, en aquel lugar, durante diez años. Ernesto y José están indignados con la situación; José intenta poner paños fríos y reflexiona:
- Cada día se aprende algo nuevo-. -Es verdad-, responden los otros dos al unísono. Pero reconocieron que siguen sin comprenderse. Entonces, los tres  tomaron una decisión.
Catalina secó sus lágrimas. Se fueron; volvieron a entrar y volvieron a repetir una y otra vez los diálogos, una y otra vez cada acción, en un sinfín de tiempo y espacio.

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