Estoy esperando un llamado...
Ustedes se preguntan: ¿A qué se dedica? ¿Tengo oficinas en la City porteña, alfombradas,
con centralita, computadoras, télex? No. ¿Veo al cardiólogo de la bolsa? No.
¿Tengo yate, estancias, avión particular? No. Ni siquiera tengo auto. ¿Y
entonces? Los devora la curiosidad. Lo sé . ¿Soy un cirujano de renombre? ¿Sí?
¿Vendedor? ¿Manosanta? No. Mi dominio es otro. Qué suspenso, ¿eh?
Les voy a contar...
A partir de centrar mi atención en canales de cable que pasan extensas
publicidades del tipo llame y compre, me fanaticé por objetos y soluciones
inútiles.
Intenté solucionar mi problema de sobrepeso consumiendo cápsulas
reductoras, utilizando fajas y trusas reductoras para reducir la grasa
acumulada en mi abdomen, cintura y piernas. Busqué tonificar (o solidificar,
más bien), esas adiposidades que no cedían con el uso diario de esas prendas
confeccionadas con el más fino poliéster / chino.
Combatí mi calvicie con cascos masajeadores que no hacían más que
brindarme un grato arrullo craneano, mientras parpadeaba, pasada la medianoche,
intentando seguir, sin perder detalle alguno, los relatos sobre exorcismos y
curas milagrosas brindados por pastores brasileños, tan de moda en la tv
actual, como en los ’80 fue el club 700.
En fin.
Es cierto. Está a la vista. Recuperé el pelo y bajé de peso. Pero
desgraciadamente no fue gracias a soluciones mágicas. La televisión me
defraudó, aunque yo deposité mi confianza en ella.
La historia sobre cómo alcancé mi estampa actual roza lo escabroso, y
supera el motivo de mi exposición. Además es un relato signado por el esfuerzo,
la entrega y la resignación de los placeres más queridos por mi, al menos. Para
que se den una idea: las mujeres con poco busto se hacen las gomas; los hombres
con poco pelo, el entretejido. Qué se le va a hacer.
El fin por el cual me auto convoco hoy a dar esta charla, es la
revelación y apología de un adminículo que, desde mi total convicción, promete
solucionar mi vida y la de todos como por obra de magia.
Es un aparato simple, pequeño. Si el control remoto constituye una
extensión del pene para el hombre, el celular es el punto G que todos podemos
tener en la palma de la mano para proporcionarnos goce interminable cuando la
insatisfacción se apodera de nuestras vidas.
A partir del celular se modificó mi forma de ver el mundo y pensar mis
problemas. Me cargué de energía, tal como se carga la batería del teléfono en
el enchufe de la pared. Los dilemas profundos, las angustias existenciales, se
vieron eclipsados por problemas superficiales: La recepción o no de un mensaje
de texto, la pérdida de señal para comunicarse con el otro. Pero se hizo la
luz. Horóscopos y cartas natales pueden llegar casi al instante a nosotros, y
darnos las claves para el futuro inmediato; resolver penas de amor; problemas
económicos; encontrar ese trabajo que no llega –ni por intermedio de los
santos-. Claves para sentirse bien; recetas para los cocineros novatos y
presurosos.
Todo esto me extirpó de mis más profundos padecimientos , del mirar
hacia adentro; de los conflictos del trato personalizado, el cara a cara. Este
pequeño medio electrónico, suma de todos los medios, elimina las contingencias,
los errores, la incomodidad de acercarse al otro con el riesgo de ser
vulnerable.
Me convertí en un adorador de la telefonía celular. Recibía cada día mi
horóscopo, que utilizaba al pié de la letra para organizar mi vida cotidiana.
Hago un paréntesis en este tema. La verdad nunca leí nada que
describiera tal cual lo que pasaba en los diferentes ámbitos de mi vida. Es
más, muchas veces no tuve el más mínimo indicio de éxito laboral, incluso lo
sigo esperando. Me hice vegetariano; me acostumbré a caminar para mejorar el
funcionamiento de mi sistema circulatorio. Todo por recomendación de mi
astrólogo digital. Y no sé si funcionó. Sí sé que de un tiempo a esta parte
poseo una anemia galopante, pero ya pasará.
En el terreno del amor tengo mis días buenos y malos. No conocí tantas
mujeres con las que hayan prosperado relaciones pasionales y llenas de sexo.
Pero tampoco me puedo quejar.
Yo confío en mi horóscopo, como tantos millones de personas también lo
hacen. Si no, no existirían tanto astrólogos. Porque la gente los necesita. Son
los psicólogos del cosmos y saben hacer su trabajo, sólo que sin matrícula.
Mariano Vincenzetti (2007)
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