JACINTO
Graciela Cabal (adaptación)
Era el día del cumpleaños de Julieta. Estaba ansiosa por
ver sus regalitos. Ni bien se despertó, comenzó a romper los papeles coloridos
y brillantes: una hermosa muñeca; una carterita; una tortuga de verdad y muchas
cosas más. De pronto, sentado sobre el escritorio vio a Jacinto. Jacinto era
una especie de vaquita de San Antonio. Estaba sentado sobre un lápiz color
verde manzana, mirando a Julieta muy sonriente.
De
repente, Jacinto le guiñó el ojo a Julieta y le preguntó “¿Dónde es la fiesta
de tu cumple?” Entonces, Julieta lo levantó y juntos fueron al comedor de la
casa. Sobre la mesa, había una hermosa torta de cumpleaños. Jacinto, ni corto
ni perezoso, se subió a la mesa y fue directo hacia la torta ¡qué rica! dijo, e
inmediatamente comenzó a pellizcar las riquísimas almendras bañadas en
chocolate. Llegaron los amiguitos de Julieta y le cantaron el cumpleaños feliz.
Desde
el día de su cumpleaños, Julieta y Jacinto se hicieron inseparables. Si Julieta
iba al jardín, allá iba Jacinto muy cómodo en el bolsillo del delantal. A la
noche, el lugar preferido de Jacinto para dormir eran las chinelas bien
peluditas de Julieta. ¡Y cómo disfrutaba del canasto de juguetes! Se metía bien
adentro y comenzaba a revolear todo: ositos, muñecas, peluches…
Como
la mamá de Julieta no lo veía, porque Jacinto era tan pero tan pequeñito,
cuando encontraba la pieza de Julieta patas para arriba, le daba un buen reto a
la pobre Julieta - “mira lo que es el
piso, Julieta, todos los juguetes desparramados!!!” decía la mamá.
Un
tiempo después llegó al mundo Santiaguito, el hermanito de Julieta. La casa era
un loquero: la mamadera, los pañales, el cochecito… Toda la familia vivía
pendiente del bebé y poquito a poco, Jacinto empezó a pasar a un segundo plano.
Ya nadie se acordaba de él; ni siquiera Julieta. Jacinto estaba muy triste y
celoso del bebé.
Un
día se trepó al canasto donde dormía Santiaguito y le arrancó el chupete. El
bebé empezó a llorar y Jacinto salió corriendo de la habitación. La mamá, el
papá, la abuela y Julieta estaban desesperados, no sabían qué era lo que le
sucedía al pequeño.
-“Le duele la panza!” decía la mamá
-“Tiene hambre!”, decía el papá.
Y casi al mismo tiempo, todos gritaron: “Llamemos al
doctor Nicolín!”
El
Doctor vino de inmediato y examinó a Santiago de pies a cabeza. Después, se
rascó un poco la cabeza, miró a todos por encima de sus anteojos y dijo “A este
chico, le falta el chupete.” Toda la familia corrió hacia la farmacia de la
esquina a comprar un chupete.
El
bebé se quedó llorando a moco tendido. Entonces apareció Jacinto en puntitas de
pie y le puso el chupete en la boca. Santiaguito paró de llorar en un periquete y le sonrió a Jacinto; luego,
le agarró un dedo bien fuerte. Jacinto trataba de soltarse, pero no podía – En
ese momento llegaron todos, cada uno con un chupete en la mano y vieron cómo
Santiaguito reía y reía sin parar, loco de alegría-
Jacinto
lo miró a Santiaguito, le guiñó un ojo y despacito despacito, se fue acomodando
en el canasto, bien cerquita del bebé- ¡Qué bien que se sentía dentro de ese
canasto perfumado y lleno de moños celestes!!!.
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