domingo, 6 de mayo de 2012

Aquellas pequeñas cosas de la niñez


JACINTO
Graciela Cabal (adaptación)

Era el día del cumpleaños de Julieta. Estaba ansiosa por ver sus regalitos. Ni bien se despertó, comenzó a romper los papeles coloridos y brillantes: una hermosa muñeca; una carterita; una tortuga de verdad y muchas cosas más. De pronto, sentado sobre el escritorio vio a Jacinto. Jacinto era una especie de vaquita de San Antonio. Estaba sentado sobre un lápiz color verde manzana, mirando a Julieta muy sonriente.
De repente, Jacinto le guiñó el ojo a Julieta y le preguntó “¿Dónde es la fiesta de tu cumple?” Entonces, Julieta lo levantó y juntos fueron al comedor de la casa. Sobre la mesa, había una hermosa torta de cumpleaños. Jacinto, ni corto ni perezoso, se subió a la mesa y fue directo hacia la torta ¡qué rica! dijo, e inmediatamente comenzó a pellizcar las riquísimas almendras bañadas en chocolate. Llegaron los amiguitos de Julieta y le cantaron el cumpleaños feliz.
Desde el día de su cumpleaños, Julieta y Jacinto se hicieron inseparables. Si Julieta iba al jardín, allá iba Jacinto muy cómodo en el bolsillo del delantal. A la noche, el lugar preferido de Jacinto para dormir eran las chinelas bien peluditas de Julieta. ¡Y cómo disfrutaba del canasto de juguetes! Se metía bien adentro y comenzaba a revolear todo: ositos, muñecas, peluches…
Como la mamá de Julieta no lo veía, porque Jacinto era tan pero tan pequeñito, cuando encontraba la pieza de Julieta patas para arriba, le daba un buen reto a la pobre Julieta -  “mira lo que es el piso, Julieta, todos los juguetes desparramados!!!” decía la mamá.
Un tiempo después llegó al mundo Santiaguito, el hermanito de Julieta. La casa era un loquero: la mamadera, los pañales, el cochecito… Toda la familia vivía pendiente del bebé y poquito a poco, Jacinto empezó a pasar a un segundo plano. Ya nadie se acordaba de él; ni siquiera Julieta. Jacinto estaba muy triste y celoso del bebé.
Un día se trepó al canasto donde dormía Santiaguito y le arrancó el chupete. El bebé empezó a llorar y Jacinto salió corriendo de la habitación. La mamá, el papá, la abuela y Julieta estaban desesperados, no sabían qué era lo que le sucedía al pequeño.
-“Le duele la panza!” decía la mamá
-“Tiene hambre!”, decía el papá.
Y casi al mismo tiempo, todos gritaron: “Llamemos al doctor Nicolín!”
El Doctor vino de inmediato y examinó a Santiago de pies a cabeza. Después, se rascó un poco la cabeza, miró a todos por encima de sus anteojos y dijo “A este chico, le falta el chupete.” Toda la familia corrió hacia la farmacia de la esquina a comprar un chupete.
El bebé se quedó llorando a moco tendido. Entonces apareció Jacinto en puntitas de pie y le puso el chupete en la boca. Santiaguito paró de llorar  en un periquete y le sonrió a Jacinto; luego, le agarró un dedo bien fuerte. Jacinto trataba de soltarse, pero no podía – En ese momento llegaron todos, cada uno con un chupete en la mano y vieron cómo Santiaguito reía y reía sin parar, loco de alegría-
Jacinto lo miró a Santiaguito, le guiñó un ojo y despacito despacito, se fue acomodando en el canasto, bien cerquita del bebé- ¡Qué bien que se sentía dentro de ese canasto perfumado y lleno de moños celestes!!!. 

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