Es preferible esperar
A las 19.58 llegó a la parada. Tenía que estar a las 20. No debía tomar un colectivo. Lo suyo era jugar un partido de pool.
Había acordado con Graciela encontrarse allí pues a ninguno de los dos le gustaba esperar allí donde el que está solo cree que los demás lo imaginan víctima de un plantón.
-En el pool no, está lleno de tipos -dijo Graciela.
-En un banco de la plaza Olmos podría ser. El problema es que a lo mejor ese banco está ocupado por una pareja y nos desencontramos -contestó Adolfo.
A Graciela le gustó la ocurrencia de Adolfo de verse en la parada de ómnibus tras la Municipalidad y desde allí caminar hasta el pool de Sobremonte al 500, entre Deán Funes y Fotheringham.
-Así me hago la que espero un colectivo mientras vos llegás.
-No vas a tener que esperar. Voy a ir un par de minutos antes de las 8 -replicó Adolfo, con afán de puntualidad después de haber llegado tarde un par de veces en menos de un mes.
Los coches llegaron, se detuvieron y continuaron viaje, como es de prever en las paradas.
Las 19.58 fueron parte del pasado. Quedaron cada vez más lejos conforme se hicieron las 20, las 20.03, las 20.06 y siguientes horas.
Sentado en la verja del edificio de calle Irigoyen al 600, Adolfo miraba hacia la izquierda. Sabía que la chica no iba a llegar por 25 de Mayo, sino por Belgrano o por Irigoyen bajando la numeración, de sur a norte.
Una sombra lo hizo girar la cabeza a la derecha. "No es", fue la amarga consecuencia pensada después de haber visto a un pibe al que había imaginado Graciela.
Lo supoA las 20.12, Adolfo tuvo la certeza de que ella no iría a la cita. La sabía puntual, con esporádicas impuntualidades de menos de 10 minutos.
Aunque era impaciente como pocos -los analistas del horóscopo se lo atribuían a su condición de taurino-, Adolfo hubiera deseado seguir esperando a darse cuenta de que Graciela no iba a jugar con él al pool. Quizás debido a que la piba con la que inicialmente tomaba el café de los amigos le había generado sentimientos como para proponerle noviazgo.
Autoridades
-Él es rector de la Universidad.-Él es decano de Ciencias Exactas.
Las tonterías estaban de parabienes en boca de la dupla de jóvenes que parloteaban en el boliche adonde habían ido después de un asado en la casa de Román, un amigo común.
-En realidad no soy el rector, voy a serlo dentro de 20 años -prometió Ezequiel.
No hizo falta desmentir que Martín era autoridad de la Facultad de Exactas.
Las dos chicas a las que se dirigían los miraban y sonreían, acaso momentáneamente entretenidas o aburridas de un modo distinto del de ratos precedentes.
Martín se puso a charlar con Lucía; Ezequiel, con Fiorella.
"Vos tenés dos chicos, yo tengo una nena", fue una de las expresiones que Martín recordó como suya mientras iba saliendo del boliche en remís junto con Ezequiel y Román.
La frase había sido la última de un diálogo con Lucía hasta ese momento prometedor.
El otro parDespués de hablar de un abuelo y una hermana de Fiorella a los que Ezequiel conocía, aludieron a la necesidad de trabajar de ella y al concepto de él relativo a que quien trabaja sin estudiar una carrera universitaria está más expuesto a hacer lo que no le gusta.
Él se ofreció a ayudarla en lo que pudiera. Bueno, pero no héroe de los que aparecen muy de vez en cuando, advirtió que la ocasión era propicia para pedirle el teléfono.
No importó la falta de birome y de papel, ni que fueran 9 los números a memorizar, como que se trataba de un celular.
El sábado, cerca de las 7 de la tarde, él la llamó.
El domingo, a las 8 y 10 de la noche, se sentaron a una de las mesas del café Square, de donde salieron a las 11 menos 20.
Un reloj particular
"No podrás decir que soy impuntual". La frase, pronunciada al tiempo que le mostraba el reloj clavado en las 20:00:00, fue la primera de Adolfo a Graciela ese domingo de marzo.Ella sonrió y descalificó la hora del reloj de quien sabía que llegaba cerca de 10 minutos después de las 20 a la cita en la heladería que está enfrente de la terminal de ómnibus.
-No pensarás que atrasé el reloj a propósito para aparentar puntualidad -dijo él en tono más jocoso que serio.
Una sonrisa a la que él leyó como "Sos un desastre" fue la contestación de Graciela.
Dolor de muelas adujo ella para no tomar helado.
El impuntual, que acreditaba algún que otro elemento de caballerosidad, explicitó que no era lo mejor para ella quedarse ahí viéndolo tomar un helado. Trascartón, la invitó al tercer café entre ambos.
No fue en Square ni en el Cyber Café de calle Alvear al 600. Se instalaron en uno de Sobremonte al 1000, entre Moreno y Rioja, donde a Graciela no le importaba estar con "ropa de entrecasa", tal la calificación de ella respecto de una remera y un pantalón negros.
El del lugar no resultó el único cambio con relación a los anteriores encuentros. Por primera vez, él la acompañó de vuelta a su casa. Es dable suponer que la conducta confirmaba el entusiasmo creciente de él y el consentimiento de ella.
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